Corrupciones, engaños y la sociedad que creamos
Ernesto Tironi B. 9-9-21
Hace ya décadas que nuestro país
padece una grave falta de confianza de las personas en los demás, en las
autoridades y en las instituciones que nos rigen. Las noticias de la última
semana vienen ahora a empeorar esa lamentable y peligrosa situación. Digo
peligrosa, porque esto ocurre en un momento crítico de nuestra historia, en que
estamos abocados a diseñar una nueva constitución que mejore nuestras formas de
convivencia.
A la
corrupción generalizada en muchas municipalidades desde hace tiempo, se ha
sumado la acusación a un alcalde por muchos años de una de las más ricas del
país. Por otra parte, hemos sabido que un joven constituyente fue elegido sobre
la base de mentiras flagrantes sobre su salud. Otra figura nueva pretendió
presentarse de candidato a presidente mediante firmas falsas. Y ahora se sabe
de más de una decena de constituyentes, los mismos que han escandalizado al
país empezando por subirse los sueldos, que no renunciaron a quedarse con
subsidios por la pandemia destinados a personas pobres sin sueldos.
¿Qué
está pasando? ¿Cómo salimos de esta tendencia tan destructiva para la convivencia
juntos en el país? ¿Será acaso recordando las consecuencias nefastas que
acarrean estas conductas tan poco éticas que observamos? ¿O tendrán que venir
situaciones más graves para que al fin reaccionemos?
No
tengo respuestas. Pero sí considero que es tiempo de hablar más y distinto de
este tema. Primero, recordar todas las nefastas consecuencias de estas
distintas formas de abuso y corrupción. Por ejemplo, del enojo y molestia que
todo esto genera. ¿Cuánto habrá contribuido a magnificar al Estallido de
Octubre? Otro daño en el caso del deporte y salud en Vitacura ocurre sobre el
respaldo a esas modalidades de asociación entre organismos públicos (en este
caso la municipalidad) con prestadores privados (médicos, psicólogos,
dentistas, etc.) que permiten reducir los costos de esos servicios. Con esa
sola mala práctica se desprestigian todas modalidades tipo concesiones.
Entonces nos quedamos con sólo dos extremos: la atención privada a la que
pueden acceder sólo los ricos o la estatal para los más pobres. Los
damnificados: todos, y en especial los grupos medios.
Lo
mismo ocurre con los abusos de los jóvenes constituyentes. Los mismos que
exigen más gastos del Estado para garantizar derechos dan muestra de los abusos
a que se presta ese asistencialismo estatal. No tienen ninguna consciencia, ni
dan el ejemplo, ni se hacen cargo de que es a ellos a quienes corresponde
verificar si cumplen con los requisitos para obtener las ayudas. Y renunciar a
ellos si no los cumplen. Por el contrario, le echan la culpa al organismo
estatal de no actualizar los datos. ¿A personas con esa ética y sentido de
responsabilidad le estamos entregando el encargo de redactar las normas básicas
de nuestra convivencia en sociedad?
La
segunda consecuencia de estas conductas es la conclusión que sacan de ellas
muchas personas: a saber, “que yo también tengo el derecho a burlar las
condiciones para obtener beneficios del Estado”. “Si ellos, que son
autoridades, lo hacen; ¿por qué no yo?” He sabido además de jóvenes que por
primera vez habían votado, y por estos candidatos que venían a terminar con los
abusos, que ahora dicen: “Son de los mismos; no hay caso. Dudo que vaya a votar
por ninguno para las próximas elecciones”.
Una
tercera consecuencia de la creciente falta de confianza en lo público y social,
es la reacción a encerrarse de las personas en sus grupos cercanos y familias.
Así se empobrece toda la vida en sociedad. Se aumentan las distancias, se frena
el acercamiento de las personas como seres humanos y las posibilidades de
conocerse y encontrar nuevas formas mejores de convivir en paz en el país. Es importante constatar que estos abusos no
son exclusivos de gente de una sola tendencia política o ideológica. Es algo ya
generalizado. No debiera haber excusas entonces para justificaciones
ideológicas ni defensas corporativas.
Podríamos
intentar profundizar en el origen de la creciente corrupción y abuso por parte
de personas en posiciones de poder o autoridad en Chile. Pienso que puede estar
principalmente en la cultura que nutre el sistema materialista, consumista y
capitalista de vivir que cada vez se extiende más; esta cultura centrada sobre
todo en el tener más, progresar sin límites y sentirse superior a los demás.
Pero prefiero no entrar en este tema.
Mejor
preguntarse, ¿qué hacer? Creo que lo principal que debemos hacer es no
resignarnos. Hacer lo que podamos, aunque sea cosas mínimas y sencillas, como
hablar más de esto que nos está pasando. No seguir corriéndonos o justificando
casos por motivos A, B o C. Darnos cuenta que esto es algo en que estamos
afectados todos. Se da en nuestras relaciones. El exceso de abusos, corrupción,
ocultamiento, medias verdades y mentiras no es algo que tiendan a hacer sólo personas
muy distintas a nosotros con las cuales no tenemos nada que ver o que vivan en
otro mundo. Las han hecho (y tal vez siguen), personas de nuestra misma
religión, de los mismos partidos políticos, organización, empresa, vecindario,
profesiones y colegios. No es un tema sólo de “otros”. ¿Cómo hemos reaccionado
al saber de casos cercanos? Tal vez contribuimos más de lo que creemos a que
prevalezcan estas conductas repudiables con la forma en que nos situamos ante
ellas para desentendernos, alejarnos, “corrernos” o subrepticiamente
justificarlas.
Y, sobre todo, ante estas
circunstancias tan deprimentes o pesimistas que nos toca vivir, no dejemos de
buscar lo que haya de positivo en lo que ocurre. En este caso creo que algo
positivo es el rol jugado por la prensa. A diferencia de cierto espíritu de
rebaño, alarmismo y repetición de interpretaciones políticas superficiales que
siguió al Estallido de Octubre, esta vez la verdad surgió de reportajes y
entrevistas bien hechas. Es útil que celebremos y valoremos tener una prensa
libre y efectiva. Otra cosa positiva que
recordar: que tengamos democracia y elecciones libres y periódicas. Nos da la
oportunidad de votar por personas con estatura moral y ética ahora en
noviembre. Celebremos no habernos ido todavía por el camino de Cuba y
Venezuela. Hay esperanza.