Desarrollo y Emprendimiento

Por qué este blog? Porque he dedicado mi vida profesional a aportar al desarrollo económico de Chile estudiando qué medidas ayudarían más al crecimiento y la equidad, y publicando lo que he ido descubriendo. Ahora quiero aprovechar esta tecnología para ampliar el diálogo con otros sobre este tema.

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Nombre: Ernesto Tironi
Ubicación: Las Condes, Santiago, Chile

Economista, empresario y educador (1947). Profesor Ingeniería Industrial Universidad de Chile, Asesor y Director de Empresas y de Sociedades del sector Educacional. Ex embajador ante Naciones Unidas y Gerente General de CORFO.

martes, mayo 19, 2020


Angustia de pandemia y política
Ernesto Tironi B.   7-5-20

                “¿Cómo vamos a salir de esta?”,  creo que es la frase que mejor sintetiza lo que siente la mayoría de la población chilena en estos tiempos. Probablemente expresa cierta emoción de angustia que nos carcome por dentro, que no llegamos a comprender, ni dejamos salir. Esto ha generado un mercado de escritores de cartas a redacciones, participantes en redes sociales y columnistas que ofrecen explicaciones, así como aparecen vendedores ambulantes de paraguas o viseras cuando llueve o hay manifestaciones bajo mucho sol. Me sumo entonces a este lote.

                Voy al diccionario de la RAE para ver qué dice sobre la angustia: aflicción, congoja, ansiedad; temor opresivo sin causa precisa;  aprieto, situación apurada; sofoco, sensación de opresión en la caja torácica o abdominal; dolor o sufrimiento. Casi todas esas acepciones se aplican a mí al menos, cuando leo diarios, veo TV o me dejo mirar el panorama de la política, la sociedad y la economía chilena actual y previsible. ¿A ustedes les pasa algo parecido?  Tal vez por este motivo evito pensar mucho para adelante. Pero esta vez lo intentaré. Creo que no es sano seguir evadiéndome leyendo de infectados por países, de comparaciones, de rencillas políticas y otros temas semejantes.
             
   En nuestro caso particular de Chile en su ámbito público, político, social y económico, enfrentamos un caso singularmente complejo derivado de que a la paralización económica actual se le suma la crisis política pendiente de definición como producto del estallido social de octubre. La batalla pendiente por la nueva constitución y por el fin de la violencia. Es decir, al debilitamiento e incertidumbre económica y política que ya traíamos antes, se le agregó el daño de la pandemia. En consecuencia, lo más probable es que , pasado el peligro de las infecciones, enfermedades y muertes, el país vuelva a la violencia social impulsada por dos fundamentos: primero, porque no se han hecho o han sido insuficientes las reformas sociales prometidas, y segundo, porque la pandemia habrá agudizado las desigualdades que habrían motivado esa explosión de violencia.   La pregunta central me parece entonces: ¿Qué se puede hacer hoy - insisto, ahora - para evitar ese escenario?  ¿Se estará haciendo lo suficiente?

                Pienso que como simples ciudadanos de a pie, hay bastante que podemos aprovechar de hacer estas semanas para enfrentar los nuevos tiempos que vienen. Por ejemplo, aprender a vivir con menos cosas; gastando menos. Aprender cosas útiles que me ahorren gastos en la casa y me hagan más productivo en el trabajo,  para así conservar o mejorar mi empleo. Aprender a  teletrabajar, a usar bien el Zoom, Excel, un idioma. Incluso aprender a cuidarme y desarrollarme más como persona: a enfrentar el estrés, la angustia, a ser más resiliente. Existen medios para lograr eso aún  encerrados por cuarentena.

                Como ciudadanos de este país en el ámbito político económico, es tiempo de involucrarse para exigir un comportamiento responsable de nuestros dirigentes políticos. De advertirles que los estamos observando con mucha atención y nos vamos a movilizar con nuestro voto para hacer que se vayan para la casa los que no están a la altura de los tiempos que nos tocan.

                En el caso de los parlamentarios de este Congreso 2018-2022, decirles claramente que su principal responsabilidad hoy es acordar con el Gobierno la aprobación rápida de las leyes propuestas tras el estallido social; principalmente el mejoramiento de las pensiones mínimas y del sistema de pensiones, empezando por elevar las cotizaciones. Que se dejen de perder tiempo en cosas que perdieron prioridad, excepto para ellos mismos que intentan mejoran su imagen con una reducción cosmética de las dietas y el fin de la reelección con letra chica. Esas materias  las deberá abordar una nueva constitución para ser reales y creíbles. Su segunda gran responsabilidad, es aprobar programas efectivos para re-encauzar los empleos desde las industrias afectadas a corto y largo plazo por la pandemia hacia nuevas ocupaciones productivas. Eso implicará sobre todo apoyar a las empresas y el emprendimiento de maneras eficientes  dejando atrás ideologías anticapitalistas obsoletas. Esto exigirá re-orientar recursos fiscales desde Programas de Gasto Público obsoletos e inefectivos, que deberán reformularse rápido o cerrarse.

                Proteger y recuperar puestos de trabajo productivos es una tarea esencial para salir bien de la crisis que nos afecta. Para eso el apoyo del Estado con recursos monetarios,  así como nuevos y buenos Programas de gasto,  es fundamental. Una fuente para obtener dichos recursos serían los muchos programas actuales que están obsoletos, son inefectivos y no se justifican. El Estado a través de la Dirección de Presupuestos lleva más de 15 años evaluando una gran cantidad de esos programas (como 600), encontrando que el 60% de ellos tiene un rendimiento insuficiente. Es decir, casi 2,000 de los 3,000 millones de dólares que se gasta cada año en la acumulación de esos programas de gastos creados en múltiples leyes en la última década, ya no se justificarían. Con esa suma se podrían financiar empleos de emergencia de $300,000 mensuales para unos 340,000 trabajadores o trabajadoras hoy desempleadas por la crisis. Un grupo político de centro (Convergencia Liberal) sacó una importante declaración la semana pasada con propuestas para enmendar esta situación.  Esta situación es urgente abordarla ahora para ayudar a salir bien de esta crisis con y gracias a un Estado activo, confiable y efectivo. Esos programas son parte de “la grasa” que acumuló el cuerpo del Estado en las épocas de vacas gordas. Sería imperdonable que sigamos gastando de la misma manera en los tiempos de “vacas flacas” que hoy vivimos.

                Finalmente, en el caso del Gobierno o Poder ejecutivo me parece que su principal tarea será preocuparse de un uso cuidadoso y eficiente de los fondos públicos para dirigirlos a los sectores más necesitados y con el máximo efecto sobre la actividad productiva para minimizar el desempleo.  Para esto no necesita perder tiempo intentando aprobar nuevas leyes. Es tiempo de olvidarse de las reformas propuestas en su programa de gobierno; no tuvo y ya no tendrá el apoyo parlamentario y de opinión pública que requerían.





Teletrabajo y oportunidades de modernización
Ernesto Tironi B.   24-4-20
                Una de las tantas sorpresas que nos trae la pandemia del virus ha sido la irrupción del el teletrabajo y el telestudio. Hace ya rato venía hablándose de eso, pero estábamos haciendo poco, o evitando – como a menudo -  hacer cambios necesarios a tiempo. De repente, ya lo tenemos instalado en nuestras vidas. Somos millones quienes de la noche a la mañana estamos trabajando  desde la casa, enseñando, aprendiendo, coordinándonos o proveyendo diversos servicios por Zoom. ¿Irá a permanecer esto?, ¿Será para mejor o para peor? ¿Cómo potenciar lo bueno y minimizar lo malo? ¿Qué dilemas nos plantea? ¿Qué oportunidades y exigencias? ¿Qué condiciones se requerirían para un tipo de teletrabajo que eleve el bienestar humano?

                Primero algunos datos. Una encuesta reciente de CADEM  a 99 empresas grandes socias de ICARE  mostró que en Chile el 98% de ellas  han implementado la modalidad de teletrabajo. El 86% cree que en el futuro los puestos de trabajo o cargos bajo esa modalidad aumentarán. ¿Por qué? Una alta ejecutiva de una cadena de supermercados lo expresa así: “El teletrabajo  viene a instalarse masivamente como una opción que viene a incrementar la productividad y la flexibilidad”. O sea, provee dos condiciones claves para las organizaciones exitosas del siglo 21.

                Desde el punto de vista de los trabajadores,  el 50% considera que trabaja más con esta modalidad que estando en la oficina y el 49% considera que ha sido una buena experiencia. Casi dos tercios consideran que el teletrabajo se extenderá más allá de la crisis.  Otra consultora (Page) entrevistó a ejecutivos de 550 empresas y detectó que, en promedio a mitad de abril, el 20% de su personal estaba en casa laborando bajo la modalidad de teletrabajo. Las áreas donde más se utiliza más son las de administración, recursos humanos, ventas y soporte técnico.

                Parece entonces que el teletrabajo viene en serio y para quedarse. Pero no es mi intención entrar en el tema de vaticinios post crisis. Tampoco meter más miedo de pérdidas de empleo, como algunos han anticipado para muchos profesores universitarios que serían reemplazados por el e-learning. Creo que este cambio tecnológico, tal como otros antes en la historia, no va ser algo de “todo-o-nada”. La aparición de la TV no eliminó el cine como muchos predijeron; ni Internet los diarios ni los libros. Vamos a vivir con nuevas combinaciones de medios y formas de trabajo. A mí me parece más interesante conversar de cómo podemos hacer mejor uso de esta oportunidad que se nos presenta, y las formas de potenciar lo bueno que pueden ofrecernos.

                Las oportunidades no son “cosas”, y tampoco están allá,  afuera de nosotros. Son algo que está en nuestra forma de mirar y,  por lo tanto,  depende principalmente de nosotros, de nuestras actitudes y disposición. Descubrir y aprovechar oportunidades implica iniciativa, esfuerzo y aprendizaje. Consideren por ejemplo el teletrabajo que han estado haciendo miles de profesores escolares. Si lo toman de manera positiva tal vez muchos descubran nuevas maneras de enseñar que los acerquen más a sus estudiantes ya inmersos en el mundo digital, que les facilite la enseñanza y eleve el aprendizaje de ellos. Incluso podría ser posible que esta inmersión en las nuevas tecnologías del siglo 21 vaya cambiando la interpretación decimonónica que subyace la filosofía o ideología tradicional de la educación chilena. Considero que esta última, en que se forma la gran mayoría de nuestros docentes, supone, a veces inconscientemente, pararse ante la sociedad para exigirle que ella le reconozca y satisfaga “derechos”, a diferencia de otra interpretación en que las personas (estudiantes y docentes incluidos) interpretan la vida y el trabajo como oportunidad de resolver problemas (propios y de los demás) como manera de (simultáneamente) ganarse la vida uno mismo y servir a los otros. Un cambio ontológico de esta envergadura podría conducir hacia un genuino mejoramiento de la calidad de la educación. A darle un nuevo sentido. Esta sí sería modernización radical.

                ¿Será muy loco concebir que lo que gatille esto sea que los docentes vean que sus alumnos pueden aprender igual o incluso más que antes, sin tener al profe delante de ellos en una sala cuadrada?. ¿O profes que descubran que enseñar es por sobretodo despertar en el estudiante el gozo por aprender para resolver problemas reales de personas de carne y hueso?

                ¿Y será posible algo parecido en las empresas? Hace tiempo que venimos hablando de tener organizaciones más horizontales en vez de verticales;  es decir, sin jefes en la cúspide  de una pirámide que sólo mandan porque saben lo que “hay-que-hacer”,  y funcionarios en la base que sólo ejecutan, sin pensar mucho ni sentirse  responsables de la entrega final. Eso no tiene futuro. Tal vez esta experiencia de pandemia que nos tiene ahora conversando más de igual a igual en una pantalla parecida, nos muestre el valor de apagar el micrófono y escuchar al operario decirnos cómo podría cumplir mejor sus tareas en las nuevas circunstancias de hoy.

                Otra oportunidad inmensa que puede abrir el teletrabajo es la Modernización del Estado. Esta es una necesidad tan grande como transformar la educación, pero que se hace más urgente porque esta crisis exige un Estado eficaz para salir bien de ella. Chile necesita un Estado con más músculo y menos grasa; más agilidad y menos lentitud.

                No hemos empezado muy bien en esta materia, a juzgar por el debate entre Gobierno y sindicatos sobre reintegro al trabajo. Este tema requerirá otra columna. Por ahora sólo adelantar que una condición clave  quizás sea  tener jefes y funcionarios visionarios que ya estén conversando sobre cómo podrían seguir haciendo parte de sus trabajos en forma remota. La segunda condición clave es el registro  de la ejecución de servicios desde la casa por los funcionarios, lo cual permite no sólo controlar, sino detectar en tiempo real errores y atrasos para corregir rápido.  Esas tecnologías de registro y supervisión – las plataformas de gestión, o los ERP y BSC – están disponibles hace tiempo pero se usan muy poco en el sector público. ¿No será este el momento de empezar a usarlas?  Así muchos chilenos podrían salir incluso beneficiados de esta crisis. Primero los usuarios de servicios públicos, al obtener una mejor atención  (especialmente por los más pobres, que dependen más del  Estado).  Y además beneficiar a los  funcionarios públicos encargados,  al ahorrarse horas hacinados  en el transporte público gracias a la posibilidad de trabajar desde su casa.  Y el país entero beneficiándose de una mayor productividad. ¿Será mucho soñar aprovechar el teletrabajo parta modernizar el Estado?



¿En qué afirmarnos?
Ernesto Tironi B.   9-4-0
                Hace dos semanas atrás, escribí aquí que esta crisis podría ofrecer una buena oportunidad al país de encauzar el Estallido social, y al actual gobierno de recuperar apoyo  y capacidad de conducirnos a un mejor futuro. En este breve tiempo,  he cambiado mi visión. Tengo menos expectativas de que el  estallido no vuelva y también pocas esperanzas de que el Presidente sea capaz de aprovechar la oportunidad que tendría.

                Sin embargo no estoy más pesimista. Por el contrario. Este tiempo he visto aparecer en forma lenta pero segura la vieja disciplina y seriedad del ciudadano chileno común y corriente. La de la gente misma,  trabajadores, dirigentes, empleados.  Creo que esos atributos de los chilenos pueden  ser una mejor base en la cual fundar un resurgir de Chile; una base mucho más sólida que la capacidad de un gobierno (de cualquier signo) y que las propuestas legales o constitucionales de nuestros dirigentes políticos.  No tengo encuestas para pretender  “demostrar”  lo que planteo. Quisiera más bien presentar una posibilidad a partir de algunos comportamientos que observo. He decidido prestar más atención a cómo se las arregla la gente que a qué hacen los políticos.

                Por el lado del gobierno noto pocos cambios positivos, especialmente por parte del Presidente de la República respecto a menos protagonismo y más empatía.  De este Parlamento 2018-2022 poco se puede esperar. En  estas condiciones considero que lo más probable será el resurgimiento del estallido y sus manifestaciones callejeras.  Cuán lejos llegará,  dependerá sobre todo del  apoyo de los ciudadanos de a pié y de algunos políticos. Si aquel es masivo, probablemente resurgirá fuerte;  bastante menos que en octubre-noviembre pero mucho mayor de lo que pensamos hoy día. El ataque a la ambulancia de un hospital público este domingo en Antofagasta es una señal inquietante de lo que puede venir.

                Por el lado de la mayoría de los ciudadanos del país, en cambio,  veo una actitud positiva, y especialmente responsable con los trabajos de cada uno. Parece que la gente, a pesar de estar encerrada, se las ha arreglado para adaptarse, mantenerse trabajando y cumplir sus obligaciones, a menudo usando sus teléfonos y computadores personales.  Dejo de lado la notable  responsabilidad de los trabajadores de la salud. Y no han sido sólo ellos. ¿Han visto a los basureros?  En la educación escolar ha sido parecido, a pesar de los llamados en contrario del sindicato de profesores. La mayoría de ellos ha cumplido sus turnos éticos y han ido incluso más allá. Muchos directivos de escuelas también han mostrado un profesionalismo excepcional.  En pocos días se organizaron para subir material de estudio para los estudiantes en la página web de sus colegios o se lo enviaron de otras maneras.  Además se contactaron con los apoderados  para apoyar a los estudiantes sin internet. Muchas veces se usó el  WhatsUp  del grupo de apoderados de cada curso y ahora se transformó en una nueva herramienta pedagógica.    Los profesores por su parte,  no sólo han aprendido a bajar material de estudio de internet  para enviar a alumnos/as,  sino que  hasta les llaman por el celular de la mamá para darles orientación cuando necesitan. Algunos, ya mayores,  pidiendo ayuda para aprender a usar Zoom. Paradojalmente, las redes entre directivos de escuelas, apoderados y profes que se crearon para impedir  tomas en los meses del  Estallido, hoy se han puesto al servicio del proceso educativo de los estudiantes.
                Cosas parecidas a lo anterior escucho ocurriendo en muchas empresas. La gente trabajando desde sus casas,  a pesar de los medios escasos y condiciones incómodas.  No sólo altos ejecutivos  están usando Zoom, Hangouts y Webex para video conferencias.  Así como los docentes, operarios y administrativos de pequeñas y medianas empresas  también las están usando. Y descubriendo a veces que así se puede tener reuniones  más  efectivas que en persona.  También he sabido de oficinas y servicios públicos que reportan más y mejor trabajo de sus funcionarios  ejecutado desde sus casas.

                Sí; hay mucha preocupación por perder los empleos.  Pero no creo que sea sólo por ese miedo que muchos estén trabajando incluso más que antes. Tal vez hay también un sentido de responsabilidad y consciencia de lo que está en juego. Observo también una cierta horizontalidad nueva en esa preocupación. No es sólo el empresario o ejecutivo  en solitario trabajando para no quebrar. Es también el empleado o el trabajador cooperando y proponiendo maneras nuevas para salir adelante. No veo derrotismo, ni intención de cargar a otro las culpas o de desligarse. Escucho un nuevo verbo: “tenemos que…”

            Puede que esté siendo infundadamente optimista.  Aunque sea así, prefiero equivocarme en esto que  caer en el pesimismo y el derrotismo. Tenemos un gran país y la gran mayoría de su gente es fuerte y pujante. Tal vez la desestabilización o el posible dolor de esta crisis permita a algunos salir del estado de resentimiento y rabia en que habían caído y empezar a ver el mundo y sus vidas desde otra perspectiva.

               



Estallido,  Pandemia y  Gobierno
Ernesto Tironi B.  26-3-20 

                El virus logró detener las manifestaciones del Estallido Social con una efectividad tan poco prevista como el Estallido mismo. Así como éste nos sorprendió tanto por  sus formas sin precedentes, lo imprevisto y su envergadura,  la pandemia del coronavirus dejó chicos todos esos rasgos del estallido. Si algún dios o mortal hubiera querido detenerlo, no podría haber encontrado una manera más eficaz que la pandemia.  O  si  el mismo u otro dios  hubieran querido encontrar una mejor forma de rescatar el gobierno del Presidente Piñera,  tampoco hubiera podido encontrar algo mejor.  ¿Por qué?  ¿Puede durar? Veamos.

                En lo inmediato, la pandemia detuvo las manifestaciones porque impide la agrupación de personas sin arriesgar la vida (ahora no por la policía).  También frenó, me imagino, las reuniones de las mesas sociales y de todos los múltiples grupos, sean políticos,  anarquistas o narcos, que estaban organizadamente detrás  del Estallido. Tal vez el hecho mismo que se detuvieran las demostraciones es una comprobación de que había una organización detrás.

                Combatir una epidemia como esta, para ser efectiva,  requiere inevitablemente una autoridad central y fuerte, que además cuente con facultades y recursos materiales. Esa  autoridad no puede ser otra que un gobierno. Por lo tanto, por debilitado que hubiera parecido ese gobierno hasta semanas atrás  en Chile, la pandemia  hace que la gente lo requiera para ordenar las cosas. Y Piñera como presidente  podrá tener muchos defectos, pero no tantos como para no  ver esa necesidad y la oportunidad que representa para él.  Pero es mucho más que eso.  Las crisis y emergencias son el tipo de cancha en que él mejor  juega.  Así como lo hace Alexis Sanchez en una de fútbol  y Carlos Peña en una sala de conferencias,  Piñera juega mejor que nunca en terremotos y minas que atrapan gente. Por eso dejó su carrera de economista para hacerse empresario y no charlista.

                ¿Significa lo anterior que la pandemia salvó a Piñera?  ¿Que su gobierno salió del hoyo en que había caído y tendría un camino fácil y suave hasta el final de su mandato? De ninguna manera, creo.  Pero sí podría tener una enorme e inesperada chance de terminar muchísimo mejor de lo que hubiera terminado sin esta crisis sanitaria. Tanto como para incluso dejar a alguien de su lado como su sucesor en la Moneda.  Pero para lograrlo necesitará habilidades nuevas y cumplir condiciones  bien precisas y exigentes. ¿Cuáles podrían ser?

                Estimo que tres:   Primero, controlar la pandemia con relativo éxito en Chile. Para eso no bastará el reconocimiento internacional, ni de la OMS, la OPS ni la OECD; necesita  el  de la gente en la calle, en Santiago y regiones. No un éxito en cifras,  ni absolutas, ni comparadas con otros países latinoamericanos,  asiáticos o desarrollados. Un éxito en el corazón y la apreciación de las personas.  Lo segunda sería que la economía no se deteriore tanto como para que,  cuando pase la epidemia, se restablezca rápidamente la producción, las inversiones, las exportaciones, etc. Y que en lo posible volvamos a crecer más que en el pasado reciente. El tercer requisito es que el próximo año, el decisivo año eleccionario 2021, Chile cuente con una economía mundial  favorable, donde se recupere la demanda y el precio del cobre, el resto de nuestras exportaciones  y que las tasas de interés no se disparen.

                De las condiciones anteriores,  la última depende poco de Piñera, la segunda un tanto, y la primera mucho. Pienso que Chile va a salir mejor parado de esta crisis sanitaria que la mayoría de los países de nuestro nivel por varios motivos. Gracias nuestra antigua tradición de ciudadanos relativamente serios, ordenados y  responsables, que  parece haber vuelto a salir a la superficie. Ahora recordaremos que Chile tiene más cultura cívica de lo que hemos escuchado últimamente.  Además  tenemos un sistema de salud, tanto público como privado, reconocidamente eficiente a nivel internacional, por más reclamos internos que tengamos.  Por último  Chile tiene instituciones que funcionan, también a pesar de todo lo dicho esos meses. Esto incluye las policías, aduanas, ministerios, etc.  Un gobierno entero que funciona, con gente capaz desde los niveles más altos a los más modestos.

                Sobre la condición de derrotar la pandemia relativamente bien y que la población le atribuya ese mérito a Piñera, probablemente dependerá sobre todo de que  el Presidente asuma  un estilo de más humildad y menos protagonismo. Que no diga él mismo todo lo preparado que estaba y que se ponga más en un segundo plano. Algunos indicios de esto podría haber en el nombramiento y rol que ha dejado jugar a Mañalich. También dejar  de cometer tantos errores comunicacionales; tal vez hablando menos o  no metiéndose  en todo. Si se aleja más de la contingencia, va a ser más posible que sus llamados a la unidad nacional y al trabajo colaborativo sean más   escuchados. Y no sólo por sus opositores, sino hasta por sus partidarios,  que últimamente lo habían empezado a abandonar.  También podría ayudar aceptar que no tiene mayoría en este parlamento y dejar de intentar  sacar allí reformas imposibles. Bastante pega habrá administrando las tareas básicas del gobierno, mejorando la gestión y  modernizando con nueva tecnologías la atención de las oficinas y servicios públicos.  Este podría ser su mayor legado.

                Por último, el mundo que tendremos después de la tormenta del coronavirus cambiará nuestra vida en muchos ámbitos radicalmente y por décadas. Habrá un antes y un después, como lo han destacado personalidades como Yuval Harari y T. Friedman en artículos recientes.  Los debates e interpretaciones de nuestra crisis social  chilensis  pueden  quedar sin piso o con otro muy diferente al que estábamos viendo hasta ahora. Estimo que por varios años lo económico volverá a ser mucho más predominante, en especial  para generar empleo. En consecuencia, la necesidad de más inversión y  de atraer inversionistas extranjeros.  El crecimiento volverá a ser más importante que sólo distribuir mejor los ingresos. Los empresarios entonces volverán a ser necesitados.  Si éstos  serían  los vientos que corren, ¿quién mejor que Piñera puede capitanear el bote para que todos rememos para el mismo lado?

                En síntesis, la pandemia le ofrece al actual gobierno, y a Piñera en particular, una oportunidad única de empezar de nuevo.  Y no sólo a él.  También a la élite política y empresarial chilena hoy tan desprestigiada. Ser capaz de aprovechar esta oportunidad es el  gran desafío. El resultado está por verse.
               
               



A 30 años del gobierno de Aylwin
Ernesto Tironi B.   Borr 2  13-3-20
               
                 Esta semana recordamos las tres décadas desde que se iniciara el gobierno del Presidente Aylwin, el primero democrático después de 17 largos años de dictadura. Me pregunto hoy, a la luz de las enormes dificultades que enfrenta el actual gobierno, el país entero y nuestra democracia, ¿qué hizo tan exitoso al gobierno de Aylwin?

                 Distinguiría cinco o seis motivos, sin orden de preeminencia ni orden alguno: Primero, las personas involucradas. Aylwin encabezó un gobierno de personas de excelencia. No solo técnicamente bien preparadas en sus campos propios y con experiencia, sino humanamente excepcionales e íntegros. Aylwin seleccionó a los mejores.  No es el caso recordar muchos nombres. Los sintetizo en tres claves: Boeninger, Correa y Foxley. Ese era su equipo político, económico y social, ¿qué mejor?  Y todo el resto se les parecía. Fue mérito del Presidente escoger y poner su confianza en ese equipo.

                Segundo, el trabajo en equipo. Esto puede sonar cliché hoy día, pero en política y gobierno esa forma de trabajo no es frecuente. Por el contrario hay muchos egos grandes, agendas propias, y rivalidades políticas y de otros tipos. Muy poco de esto hubo en el gobierno de Aylwin. Creo que no se dio especialmente por el ejemplo que nos daba él mismo con su forma de trabajar en equipo con todos sus ministros y colaboradores.

                Tercero, la unidad de propósito.  Las personas que integraban el gobierno de Aylwin  estaban en su  gran mayoría unidas  por recuperar una democracia permanente para Chile. Pero no como un fetiche (“objeto de culto al cual se atribuyen poderes sobrenaturales”, RAE),  ni como medio para conseguir otras cosas, como podría haber sido incluso alcanzar un desarrollo económico acelerado o una rápida igualdad social. Al revés; entendía necesitar esos desarrollos para sostener la democracia como régimen político. Queríamos la democracia por recuperar nuestra patria de esa mutilación que era estar viviendo sin esa democracia que la constituía. Era para restituirle su alma a Chile como habría dicho el Cardenal Silva Henriquez. En el fondo nos unía el amor por Chile, y eso también Aylwin nos inspiraba con su conducta.

                Cuarto,  el gobierno de Aylwin fue tan exitoso por la preparación larga, cuidadosa y rigurosa que tuvo lugar previamente por al menos 10 años, de políticas para todas las áreas claves de un Estado moderno.  Ellas  tenían por objeto no sólo corregir los errores de Pinochet, sino también no volver a caer ni en los de Allende ni en los de anteriores gobiernos, los cuales en parte nos habían conducido a la pérdida de nuestra democracia. Esto implicó autocríticas dolorosas y revisiones profundas de creencias y postulados tanto de dirigentes socialistas (que empezaron haciéndolas en el exilio) como también de demócrata cristianos e incluso de algunos personeros de derecha. Esto no se hizo de un día para otro (como muchos hubiéramos querido), porque aprendimos que estos cambios requieren tiempo y trabajo duro, silencioso y sistemático. No son sólo problemas técnicos; son sobre todo problemas humanos o personales. Uno necesita un tiempo y espacio apropiado para cambiar de opinión. Para sanar heridas y ofensas.  Necesita muchas conversaciones consigo mismo y con otros para creerles sus cambios. Conocerse. Perdonarse. Recuperar confianzas. Todo eso se hizo por años y no por casualidad. Por diseño y con gradualidad. Aylwin fue uno de nuestros maestros en todo esto.

                Quinto,  Aylwin cuidó su coalición política. Él conocía bien la importancia de los partidos políticos para conservar la democracia. Él era un hombre con una vida entera vivida en un partido. Que lo amaba entrañablemente; conocía personalmente a la mayoría de sus miembros por décadas, ya que lo había presidido muchos años. Y por eso cuidaba no sólo su partido, sino que fue generoso de limitar sus aspiraciones para permitir espacio a otros partidos y consolidar un actuar como coalición de miembros no sólo diversos sino, hasta hacía poco, adversarios.

                Finalmente, el sexto motivo del éxito del gobierno de Aylwin fue su propia personalidad y estilo de gobierno. Es bueno recordarlo en este momento de crisis en que observamos que tanta culpa por ella le es atribuida al Presidente de la República y a su gobierno. También cuando se espera que tantas soluciones vengan del texto de una constitución, y tanto menos a las conductas de las personas.  El tema del estilo y personalidad de Aylwin daría para otra columna entera. Esbozo algunos puntos: su sencillez y cercanía a las personas de carne y hueso. No a las categorías de ellas o a conceptos (el pueblo, los pobres, etc.). Se sentía bien con las personas,  y se proponía que uno se sintiera bien al estar con él. Empezaba preguntándole a uno por la familia: esposa, padres, hijos. Se tomaba tiempo para estar con uno. Era muy puntual; lo consideraba parte del respeto hacia el otro. Tenía enorme capacidad de confiar en otros y de entregarle su confianza plena en áreas específicas; como a Foxley en economía. Ya mencioné su capacidad de formar equipos y  delegar. Otro rasgo era su humildad y capacidad de escuchar. “De eso yo no entiendo mucho; pregúntele a Edgardo”, me dijo tantas veces.  Esa humildad creo que le permitió crecer tanto en sus distintos cargos: como coordinador de la Concertación, como candidato y como Presidente.

                Recordando ese día lunes hace 30 años en que asumí la Gerencia  General de Corfo por encargo del Presidente Aylwin para ponerla más al servicio de los chilenos, revivo la mezcla de sentimientos me invadían entonces: susto, responsabilidad, desafío, confianza. Hoy siento sobre todo gratitud. Por la oportunidad de haber podido servir a mi país en ese momento, por el Presidente que me la brindó, por su confianza y,  por sobre todo, por el magnífico equipo de personas que colaboramos en ese gran gobierno.


¿Fracaso del Modelo en Chiloé?

                                                                                                                            Ernesto Tironi B. 24-2-2020


   En estas vacaciones volví a recorrer Chiloé después de 15 a 20 años. ¡No lo reconocí; qué cambiado está!  Ya no queda casi nada de la vida marítima que lo caracterizaba. Los muelles de muchos pueblos, como Dalcahue (hoy casi ciudades), están desiertos. No llegan más los cientos de lanchas con gente desde las islas a vender sus papas, madera, leña, chanchos, verduras, pescados y mariscos. Tampoco a cargar de vuelta sus sacos con harina y otras mercaderías para sus casas.

    Cambió radicalmente el medio de transporte de los chilotes y así su tipo de vida. De lanchas a camionetas, autos y transbordadores. “Extensos tacos en Castro”, era el titular del diario local un día de este verano. Cómo no va a ser así, cuando están pavimentados los caminos hasta los pueblos más pequeños, con sólo10 o 20 casas. Delante de muchas viviendas no sorprende ver dos  vehículos: una camioneta para el trabajo y otro más chico que maneja la hija o esposa para ir al trabajo o hacer las compras.

      Quien crea que el modelo económico chileno es un completo fracaso, haría bien en dar una vuelta por Chiloé para mirar bien y conversarlo más. Observar, medir y preguntar si ha mejorado la vida de la gente. Contar, por ejemplo, la cantidad de viviendas nuevas, no muy distintas de las de Providencia y Las Condes.

      ¿Todo ese cambio habría ocurrido sin el actual modelo económico? Probablemente algo, pero ¿cuánto? Tampoco sucedería por casualidad o por el chorreo del enriquecimiento de los millonarios de Santiago ¿Cuánto tendría que ver la política de apertura económica que hizo de Chile un país exportador de alimentos, incluidos ahora los salmones y choritos?  En el visible reemplazo de lanchas por autos,  ¿qué influencia tendrían los aranceles bajos para importar vehículos? ¿Y cuánto influirá la magnitud de los fondos destinados por el Estado para pavimentar tantos kilómetros de caminos rurales?  ¿Quién financiaría la construcción de tantas rampas para los transbordadores que atraviesan a las islas cada 10 o 15 minutos?  (Entre paréntesis, los transbordadores son privados y entregan un excelente servicio público - subsidiado para cierta población local. ¿Serían de similar calidad si una ley los obligara a que todos fueran fiscales u operados por una empresa estatal?).

      Interesante la experiencia de Chiloe. Tal vez un microcosmos de todo Chile, aunque tal vez con mas recursos fiscales por persona. Sorprendente el tamaño y equipamiento de las escuelas públicas y consultorios. La primeras probablemente muy sobredimensionadas en sectores rurales, dado el despoblamiento del campo. Muchas con 7 a 20 estudiantes. Brillan los edificios nuevos de esos servicios, como las Postas, los CESFAM y CECOP. Algunos opinando que reciben buenos servicios de salud (por ejemplo, algunos que encontré  cruzando desde la Isla Lemuy en un furgón que traía a personas para hacerse diálisis a la Isla Grande). Pero otros, como Vicente Bahamondes y su señora en cuyo campito en Aucar acampamos hace más de 40 años, me dice que los edificios son buenos pero la atención ahí no más.

    Y la moderna industria de salmones y choritos, ¿será una bendición o una maldicion, como algunos piensan que es el cobre para Chile entero? Habría que preguntarle a la gente. Percibo que la mayoría de la población local la consideran beneficiosa. Claro que a los que conocimos el encanto del Chiloe rústico de los 70s y hasta los 90s nos parte el corazón ver tantas boyas y jaulas que afean la belleza natural de tantas bahías. También los techos azules inmensos de las bodegas y plantas procesadoras. Pero, ¿será ese motivo suficiente para impedir que se desarrolle esa industria?

     El tema de la contaminación ciertamente es muy importante y requiere gran preocupación. Me sorprendió, sin embargo, apreciar que a simple vista parece estar mucho menos contaminado el mar que hace 15 o 20 años atrás. Esto probablemente gracias a la prudente intervención del Estado que prohibió las balsas de plumavit, obliga a las empresas a hacerse cargo de todos sus desechos y a usar tecnologías más limpias. Tal vez en esto también ha influido  la exigencia de los mercados mismos y de los consumidores, así como (espero) la consciencia social de algunos buenos empresarios. El hecho es que las islas se ven más limpias.

      La mayoría de la gente local con que conversé agradece los empleos y oportunidades que ofrece la instalación de esas empresas. Incluso encontré personas que retorna a su tierra después de haber emigrado a Magallanes como lo habían hecho  varias generaciones de sus antepasados. Chiloe era tan pobre que miles de chilotes emigraban antes para trabajar de ovejeros en las estancias de la Patagonia o en el carbón de Río Turbio, Argentina (Nos vamos al turbio, decían. Parecido a como los haitianos vienen ahora a Chile.
      Estas reflexiones están por cierto influenciadas por mi mirada de persona sobre los 70 años. Conversé algo de esto, con una pareja de profesores jóvenes que visitaban Chiloé por primera vez. Me bastó verles la cara de extrañeza cuando les hablaba, para darme cuenta que no tendría cómo explicarles lo que era este lugar en los 70s y 80s, aunque pasara el día conversándoles. Pensé que no era distinto de lo que ocurre con los jóvenes en el país entero a raíz del Estallido Social y las desigualdades.

     Así, en estos tiempos en que se pone nuevamente en discusión en Chile el tema de qué modelo económico o estilo de desarrollo consideramos mejor para nuestro país, podríamos aprender mucho estudiando a fondo experiencias regionales como la de Chiloe y algunas otras. Ver las consecuencias que podrían tener algunos de los cambios que se propone al actual modelo. Y sobre todo consultar a la gente a nivel regional de si considera que lo que tenemos hoy presenta tantas deficiencias como se dice. También explicar lo que se pone a riesgo con lo nuevo que se propone. Todo esto con una buena dosis de humildad. No repitamos así la experiencia del Transantiago que tan caro nos ha costado.




¿Qué habremos aprendido del Estallido?
              
  Ernesto Tironi B.  17-2-20
              
               Esta me parece una de las preguntas más importantes de responder después del 18-O. Mucho más que por qué ocurrió.  Ésta última implica más mirar el pasado, mientras que la primera puede llevar a delinear un futuro. Además, lo que hayamos aprendido o no, probablemente será mucho más determinante sobre si nuestro país cambiará, y si lo será para bien o para mal.

                Una cosa es el aprendizaje personal mío, y otra es lo que me parece que los demás han aprendido, especialmente las personas o grupos con más poder. Trataré de separar. Como país, no veo que hayamos cambiado mucho todavía. ¿Qué nuevas conductas observamos, por ejemplo, entre los dirigentes políticos, autoridades, parlamentarios, dirigentes empresariales, sindicales, estudiantiles o gremiales? Pocas conductas distintas atribuibles al 18-O, me parece a mi. Tal vez los parlamentarios han trabajado un poco más y más rápido para sacar los Proyectos de Ley que tienen al frente. Pero igual, se fueron a vacaciones teniendo pendiente proyectos tan necesarios como el alza del ingreso mínimo, de las pensiones, etc. ¡Insólito! La politiquería, las peleas chicas y acusaciones mutuas y constitucionales no se han reducido mucho.  Los presidentes de partidos parecieron haber hecho un aprendizaje al firmar el “Acuerdo por la paz social y la nueva constitución”, pero muy luego volvieron a sus prácticas de siempre.  Los dirigentes empresariales parecen ser los que han aprendido menos.  Brillan por su ausencia.  ¿Será fruto de un cierto aprendizaje que se hayan opuesto menos a la Reforma Tributaria y a la propuesta de pensiones del gobierno? Ojalá que así sea. Sin embargo los veo al debe.  Sobre los dirigentes sindicales me sale más difícil pronunciarme. Vi a la Presidenta de la CUT un tiempo más belicosa que nunca, pero últimamente más calmada. ¿Qué habrá aprendido?

                Mirando todo este panorama de las elites tradicionales, tiendo concluir con cierta sorpresa que quien parece haber cambiado más su comportamiento a raíz del Estallido Social es nada menos que el Presidente Piñera y su gobierno. Es quien más ha cedido, modificando sustancialmente sus proyectos de ley en la dirección de inclinarlos hacia más distribución del ingreso. Por ejemplo, aceptó las exigencias de la oposición en materia de impuestos y la gran mayoría de ellas en el caso de la reforma de pensiones. En el fondo, modificó radicalmente su programa de gobierno.

                En el otro lado, ¿qué habrán aprendido a esta altura los jóvenes manifestantes, la “primera línea”, los dirigentes estudiantiles? Me temo que ahora creen que son mas fuertes que al principio. Que son capaces de “ganarle a los pacos” y que tienen mucho más apoyo de la opinión pública que lo que creían la élites y, tal vez, ellos mismos. Si así fuera, esa es una de las explicaciones de por qué la violencia no se detiene. De por qué escaló, incluso, a la PSU y  a la orgía esperada para marzo. ¿Qué tendría que pasar para que  este grupo aprenda que no puede conseguir cualquier cosa que se proponga?  Me temo que lo único sería una fuerza policial mucho más eficiente, potente y respetuosa de los derechos humanos de las personas. Esto me lleva a otra pregunta… ¿qué habrán aprendido los Carabineros de la intensa experiencia que han vivido estos tres meses?

                Es fácil hablar de los demás, ¿pero qué habré aprendido yo del Estallido de Octubre? Nada demasiado original, me temo.  Primero, que había mucho más dolor, descontento y rabia en la mayoría de los chilenos; mucho más de la que imaginaba.   Creía que nuestro desarrollo era como subir  una montaña bien empinada, pero parece hoy que era un volcán. Además de no haberme dado cuenta que había tanto descontento, tampoco vi que era tan extendido o generalizado.  En segundo lugar, que como persona interesada en nuestro desarrollo como país, y con cierto nivel mayor al promedio de información e influencia, mehabía“dejado estar” en mi empuje hacia mayores cambios políticos y económicos para mejorar más rápidamente las condiciones de vida de las clases medias emergentes y de los jóvenes, es decir, de esa gran masa de población que gracias al crecimiento económico, equidad y desarrollo social alcanzado, fue accediendo a la educación superior, mayores ingresos, niveles de información, etc. Dicho de otro modo, o mirado desde el otro lado, aprendí que lo que iban subiendo los ingresos de estos sectores emergentes fue inferior a lo que ellos esperaban. O que el plazo en que ellos esperaban cierta mejora era mucho más corto del que calculaba.

                En mi caso, hablando como economista y antiguo dirigente de la Concertación y con cierta autoridad en los gobiernos de Aylwin y Frei en los 90s, no me siento responsable de la acusación que tantos nos hacen hoy de haber mantenido el modelo económico y de haber abrazado el neoliberalismo que antes criticábamos. No; volvería a hacer lo mismo, dadas las circunstancias que entonces vivíamos.  Lo que sí haría distinto,  es el haber dejado de favorecer más cambios sociales y redistributivos a medida que progresábamos en la década y media del 2000-2015. Sobre todo, mejores reformas políticas y una modernización verdadera del Estado, del sistema de educación superior y escolar, de su financiamiento,  de la salud pública y privada y del sistema previsional, a medida que se acercaba la fecha en que debía entregar sus primeras pensiones el nuevo sistema. En todo esto fuimos poco previsores sobre las consecuencias sociales de los aumentos de matrículas, de necesidades, de expectativas y de ingresos. Otra forma de decirlo,  es que no planificamos lo suficiente los problemas que podían generar nuestras propias políticas de desarrollo, de crecimiento y redistributivas en 5, 10 o 15 años.  Dicho aún de otro modo y menos indulgente, erramos al creer que el propio sistema político, económico, social y el  mercado se irían ajustando más o menos automáticamente, y sin quiebres bruscos, para acomodar el desarrollo y la movilidad social que íbamos alcanzando. Esto es lo tercero que creo haber aprendido: que el trabajo que iniciamos con la Concertación está inconcluso.

                Por ejemplo, debimos haber previsto que hacia el 2010-2015 el golpe del propio progreso económico de cerca de un millón de familias sobre sus finanzas  familiares de una pareja emergente con dos hijos era fatal.  Pasó de pagar casi cero por la educación de sus hijos, o máximo $45,000 mensuales por cada uno en la Enseñanza Media del colegio, a unos $250,000 a 500,000 por dos hijos cuando pasaron a la universidad. Pero los padres ganaban como $750,000. ¡Imposible pagar eso! Pero  era el primero de su familia en llegar a la universidad y habían créditos: no podían defraudar a esos hijos. Y no establecimos más becas, créditos menos caros y otras medidas de planificación oportunas, por ejemplo sobre las universidades. Peor aún el caso de la previsión. Sabíamos (o un Estado eficiente debió haber sabido) que el grueso de los que empezaron a cotizar en el sistema de AFPs jubilarían en 40 o 45 años más; es decir, ahora. Pero con la tasa de cotización vigente de 10% la pensión sería muchísimo más baja que sus últimos sueldos. Y así está pasando estos años. Con razón entonces la gente se siente engañada y reclama. Sin embargo nuestro sistema político y de gobierno no fue capaz de elevar la tasa de cotización a tiempo ni se atrevió a extender la edad mínima para jubilar.

                Lo cuarto que he aprendido hasta ahora, es la conveniencia de destinar muchos más recursos económicos para servicios públicos de mejor calidad para los grupos medios emergentes y bajos.  Preferiría con mucho que estos servicios los entregaran tanto entidades privadas como públicas. Pero que lo primero es empezar por mejorar las entidades públicas para elevar el standard que deben llegar a tener los privados para ser competitivos y sobrevivir. He aprendido que la modernización sustancial del Estado era más urgente e imprescindible de lo que creía.
También preferiría que estos servicios públicos entregados por entidades privadas se crearan como resultado de la mayor consciencia social de muchas familias adineradas que existen en Chile. Que fueran parte de un movimiento hacia una filantropía estructural y masiva (ver mi columna anterior sobre este tema). Y también que proviniera de la recuperación de la  austeridad que caracterizaba a la sociedad chilena en el pasado. Esto es parte de la nueva educación que necesitamos.

                En resumen entonces, lo que creo haber aprendido es, uno, que el sistema político y económico vigente hasta ahora generaba un dolor agudo y peligroso en mucha gente. Dos, que estaba oculto, y ahora debemos reconocerlo, aceptarlo y sanarlo con medidas eficaces. Tres, que con la dirección, velocidad y profundidad de las reformas que se proponían hasta el año pasado, ahora no basta. Cuatro, debemos desconectar el piloto automático de creer que el crecimiento económico por si solo permitiría satisfacer las crecientes y variadas necesidades de los grupos postergados que se van incorporando más a la sociedad gracias a ese mismo crecimiento. Necesitamos más estudio e investigación hechos con humildad y coraje, para hacer proyecciones cuidadosas de las consecuencias sociales, políticas y económicas de nuestro particular desarrollo.  Más planificación, al menos indicativa. Y cinco, quienes hemos sido parte de los grupos dirigentes y privilegiados por el desarrollo alcanzado hasta ahora por Chile, no debemos creernos dueños exclusivos de lo alcanzado. Hemos progresado gracias al esfuerzo de muchos; lo logrado nos pertenece a todos. Es el tiempo de equilibrar y compartir más lo obtenido para construir juntos un país más equilibrado y en paz.