Desarrollo y Emprendimiento

Por qué este blog? Porque he dedicado mi vida profesional a aportar al desarrollo económico de Chile estudiando qué medidas ayudarían más al crecimiento y la equidad, y publicando lo que he ido descubriendo. Ahora quiero aprovechar esta tecnología para ampliar el diálogo con otros sobre este tema.

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Nombre: Ernesto Tironi
Ubicación: Las Condes, Santiago, Chile

Economista, empresario y educador (1947). Profesor Ingeniería Industrial Universidad de Chile, Asesor y Director de Empresas y de Sociedades del sector Educacional. Ex embajador ante Naciones Unidas y Gerente General de CORFO.

viernes, agosto 14, 2020

                                    Más sobre escapar de la mediocridad 

                                                                                                                         

Ernesto Tironi B. 14-8-20

               Parece que muchos chilenos están creyendo que el país va en un curso inexorable hacia una  mediocridad en lo económico social, hacia la polarización política y hacia la violencia, como la mayoría de los países de América Latina. Urge trabajar por corregir esta tendencia. Pero ¿qué se necesita hacer? Con esa pregunta y algunas primeras propuestas generales terminaba mi última columna. Aquí busco profundizar en esto.

                Para escapar de ese camino considero que necesitamos cinco medidas:  Uno, constituir un conglomerado fuerte de partidos políticos de centro,  unidos por los propósitos de restituir el diálogo y los acuerdos como modo de convivencia política y de gobernar, el rechazo a la violencia venga de donde venga y la búsqueda de un desarrollo económico con más justicia social.   Dos, reformar  el sistema electoral,  limitando la perpetuación de dirigentes políticos y parlamentarios en el aparato del Estado y las máquinas para alcanzar y conservar poder en él.  Tres, cambiar las formas de conseguir más igualdad económica y social por formas más efectivas y que no impliquen tanto crecimiento del Estado y  de Programas estatales específicos para múltiples grupos distintos con resultados dudosos y poco evaluados, con un elevado componente de burocracia, rigidez y un contingente de funcionarios públicos trabajando en ellos para conservar sus puestos.  Reemplazar eso por un sistema de transferencias directas de ingresos fiscales a cada persona necesitada, ya sea por pobreza extrema, caída inesperada de ingresos por accidentes, enfermedad o vejez. Parte de estas transferencias  directas serían  pensiones mucho más altas. Tal vez un sistema de impuestos negativos a las personas,  (o subsidios entregados directamente a cada una),  administrados por una especie de SII 2.0 , como los surgidos a raíz de la experiencia de la pandemia y el retiro del 10%.    Cuarto, perfeccionar sustancialmente los sistemas para evitar la corrupción, empezando por el cierre de esos múltiples Programas de Gasto Público que no cumplen los objetivos que se declararon al crearlos.    Y    finalmente, conformar  una nueva alianza colaborativa pública-privada basada en respeto irrestricto de una competencia honorable y bajo normas realmente transparentes de las transacciones tanto por parte de los agentes públicos como privados. Sanciones penales y ejemplares a los infractores de ambos sectores. Y una búsqueda conjunta activa de restitución de la confianza en los roles del Estado y los empresarios privados.

                Sobre la necesidad de un conglomerado de centro, necesitamos hacernos cargo de un fenómeno muy anormal del sistema de gobierno de nuestro país. Cuando en las encuestas se pregunta a las personas si sus opiniones son más cercanas a las definidas como de izquierda o de derecha, una gran mayoría (sobre 60%) se declara que de ni uno ni otro extremo sino que del centro. Cuando se le pregunta lo mismo a los parlamentarios, una pequeña minoría se declara de centro a secas. Tampoco hay partidos que lo hagan.  O sea, el centro político tiene votantes (potenciales) pero no tiene partidos que los representen. ¿Por qué? Creo que es en buena medida porque la mayoría de los chilenos no votan y además no saben que la mayoría no vota. En efecto: se dice que Piñera ganó con el 55% de los votos. Sí; de votos emitidos, pero con sólo 27% del electorado. La mitad de éste no ha votado la última década. Con los parlamentarios pasa lo mismo. Entonces con razón se polarizan y bloquean mutuamente las propuestas de la derecha en un período presidencial y de la izquierda en otro. Con Bachelet fue lo mismo; ganó con un menor porcentaje del electorado que Piñera. Urge corregir esto, especialmente con campañas intensivas de educación cívica para que más personas voten responsablemente y con partidos de centro que atraigan a sectores medios a votar por su sector.

 

                Otras necesidades en el ámbito político: mecanismos para dirimir bloqueos y parálisis políticas, como los que nos llevaron a postergar por tanto tiempo la indispensable corrección del sistema de pensiones, por ejemplo mediante Plebiscitos.  Otra: elecciones generales  más distanciadas, tanto de Presidente de la República como Diputados. Por ejemplo, mínimo 5 años con derecho a una y única reelección. Y juntar las tres elecciones: de Presidente, Parlamentarios  y  Alcaldes en una sola fecha.

 

                Corregir el  Sistema de Elección  de parlamentarios, y en particular los requisitos para desempeñarse como tal y del número de votos para ser elegidos,  también parece indispensable. La Reforma Electoral del Ministro Peñailillo se demostró deficiente. Terminamos con un Parlamento menos representativo, más polarizado y menos conducente a un mejor gobierno en su conjunto con el Ejecutivo y el sistema Judicial.  Aprovechando un reportaje reciente del Diario La Tercera (8-8-0), veo que en última elección de diputados la

DC sacó  597.000 votos pero sólo 12 diputados. El Frente Amplio en cambio tuvo apenas más de la mitad de votos (311,000) y eligió el doble de diputados (20). ¿Tanta diferencia? Reviso el PPD y son más votos que el FA (341,00), y menos de la mitad de diputados elegidos (9). Si hubieran sido elegidos con el mismo número de votos que el conjunto de toda lo oposición,  esos tres partidos hubieran tenido 19, 10 y 11 diputados, en vez de los 12, 20 y 8 que tienen respectivamente la DC, FA y PPD respectivamente. Como Condorito: “exijo una explicación” y como Ciudadano exijo una corrección.

 

                Para limitar la perpetuación de dirigentes, parece indispensable quitar incentivos para que el trabajo político sea una especie de  carrera profesional,  así como la carrera docente o la  militar. La diferencia más perniciosa de la carrera  política es que en ésta las personas NO se retiran obligatoriamente a cierta edad, y además NO son transparentes  y conocidos los requisitos para ascender. Se asciende a la sombra de padrinos dentro de los Partidos Políticos, no siempre siquiera conocidos. El resultado es más una oligarquía de caudillos que una democracia de genuinas mayorías.

 

                 La primera responsabilidad de quienes deseamos impulsar cambios que nos conduzcan a una economía más justa o equitativa es rehabilitar al Estado como un agente confiable en su capacidad de  producir reformas efectivas y justas. Y para esto necesitamos que quienes asumen como autoridades del Estado lo hagan con una legitimidad incuestionable que últimamente parece haberse perdido.

 

                La Reforma Constitucional la necesitamos para empezar a corregir estas pocas cosas para salir del camino a la mediocridad y a la violencia en que vamos encaminados si no despertamos y nos ponemos a corregir.

 

 

jueves, agosto 06, 2020

¿Cómo no volver a la mediocridad?

 

Ernesto Tironi. 31-7-20

 

    Muchos observadores calificados del acontecer nacional sostienen que Chile enfrenta hoy su crisis más aguda desde el retorno de la democracia. Uno de los últimos ha sido recién el economista Sebastian Edwards quien afirma en interesante escrito que, entre 1990 y 2015, pareció que el país salía de ser uno del promedio entre los latinoamericanos, para asumir un liderazgo indiscutido en crecimiento del ingreso per cápita (del séptimo al primer lugar), reducción de la pobreza (del 56 al 8%) y en reducción  de la desigualdad. Desde hace un lustro, pero en especial desde octubre, parece que eso fue una quimera, y ahora retornamos a nuestro lugar: la mediocridad. ¿Cómo llegamos a esto?, se pregunta. Y propone como explicación nueve momentos o situaciones claves. En esta propongo algunas explicaciones distintas como más cruciales. 

 

    La Teoría Edwards atribuye el éxito de esos 25 años, fundamentalmente a “un liderazgo de izquierda nunca visto en América Latina: líderes modernos y cosmopolitas que entendieron que la única opción era un capitalismo moderno y globalizado que fuera haciéndose más inclusivo, tolerante y amable. Un programa de gradualismo progresista”. Entonces imputa la actual crisis a que cuando esos líderes se fueron retirando, fueron reemplazados por dirigentes en la tradición latinoamericana (“sale Velasco y entra Arenas, sale Lagos y entra Guillier”, dice). Agrega nueve situaciones “que contribuyeron a la crisis y al descalabro”, como que Lagos no legitimara su Reforma Constitucional, mal reemplazo del sistema binominal,  una derecha que no denuncia abusos del sector privado, líderes de izquierda reemplazados por “una generación provinciana, soñadora, buenista e ingenua”, una elite de derecha que se segrega del país y que descarta teoría del malestar, que no entiende que sistema de AFPs es una bomba de tiempo,  una izquierda que reemplaza socialdemócratas modernos por el PC, y finalmente un PS que decide no apoyar a un Guillier en vez de su militante Ricardo Lagos. 

         De esa interesante lista, sólo hay tres situaciones a las que atribuyo cierta influencia significativa: a la mala reforma del sistema binominal que generó un parlamento inexperto dominado por la demagogia y la farándula; a la ceguera y tozudez de la derecha con el sistema de Afps; y el reemplazo de dirigentes de izquierda modernos (que vivieron el dolor de la violencia y el exilio del Golpe), por personeros del PC y el FA que siguen con el espíritu de fines de los 60s de entender la política como una guerra para imponer sus cambios derrotando a sus enemigos. La política infantil de los buenos contra los malos, los que traen la igualdad y la justicia contra los abusadores y egoístas.

          Creo que Edwards da excesivo peso a los dirigentes de izquierda en el auge y decadencia de Chile,  y no lo suficiente al debilitamiento de los dirigentes del centro político y, en particular, a la pérdida de votación y liderazgo  de la Democracia Cristiana (DC) o, mejor dicho, al alejamiento de sus votantes hacia la centro derecha que captó Piñera. 

      Una de las situaciones a que atribuyo más relevancia en la decadencia actual de Chile es a que la DC dejó de jugar el rol equilibrante, moderado, favorecedor de acuerdos que jugó ese partido en la transición a la democracia y en los primeros cuatro gobiernos de la Concertación.  Que desde el 2010 la DC dejara de jugar ese papel, para asimilarse como un partido más de la fugaz e ilusoria Nueva Mayoría, contribuyó decisivamente, considero,  a la polarización . Se dejó embelesar por los vellocinos de oro de recuperar el poder y empleos estatales ventajosos y conservarlos con Bachelet, perdiendo consciencia de sus principios y capacidades que le daban valor a los ojos de los votantes: ser garante de cierto equilibrio, distancia de extremos, gradualidad, y respeto por el aporte de los técnicos en política.

 

     Es interesante que observadores tan lúcidos del acontecer nacional vean lo recién señalado y den tanto realce al rol de la izquierda. Me lo explico porque personas como él y muchos políticos jóvenes de hoy no fueron testigos del rol clave que jugó la DC en la recuperación de la democracia y en el éxito de la concertación. Para empezar, la unión de los socialistas y democristianos fue una obra de relojería política de alta complejidad. Nada fácil ni obvio. Ambos sectores habían sido rivales tan enconados como hoy son la UDI y el Frente Amplio durante muchos años,  y más todavía en el periodo de la UP. En la DC una clara mayoría al inicio rechazaba cualquier entendimiento con todo socialista. Quienes tuvieron la visión de que era posible un acuerdo entre esas fuerzas, como Gabriel Valdes S., tuvieron formidables adversarios al inicio al interior de la DC, incluyendo a Aylwin, Adolfo Zaldivar y otros. Entonces el acuerdo por una salida pacífica de la dictadura no fue sólo fruto de una izquierda cosmopolita y modernizada, sino sobre todo de demócratas cristianos abiertos, generosos y dispuestos a cambiar. Esas son las actitudes y los liderazgos que se necesitan hoy día para salir de la crisis a la que vuelve Chile. 

       La crisis actual también se debe entonces al déficit en el reemplazo de estos líderes del centro político. No es que sólo sale Viera-Gallo entra Elizalde, como dice Edwards; es que también sale Foxley entra Huenchumilla, sale Alvear entra Provoste, sale Gutemberg Martinez entra Chauan. Para qué hablar de la pérdida por las muertes de Gabriel Valdes y Boeninger.  La formación, promoción y cuidado de nuevos dirigentes es clave. 

 

    Para mi hay otras cuatro situaciones que han llevado al descalabro chileno,  a las cuales doy más ponderación. La primera es no haber impulsado formas más efectivas de ir reduciendo con mayor rapidez las diferencias de ingreso entre los chilenos. No haber promovido una cultura de mayor austeridad y del compartir. De distribuir bienes públicos con mayor igualdad, como áreas verdes, transporte, etc. Construir ciudades más amables y dar más participación a las regiones. Además nos equivocamos en la elección del principal medio para redistribuir, que fue aumentando programas y gastos públicos. Programas que casi siempre se han justificado porque generarían más igualdad, pero casi nunca se evalúan, ni se mide si lo han conseguido y ni se cierran cuando no. El segundo factor que, creo, condujo a esta crisis,  es el crecimiento excesivo del Estado en términos de dinero, presupuestos, organismos burocráticos, poder no suficientemente controlado o contrapesado, etc. que ayudan  a generar corrupción, ansias desmedidas por conservar cargos en el parlamento, oficinas públicas, obtener nombramientos y tener operadores que ayuden a conservar el poder. Se han instalado verdaderas máquinas de alianzas entre personas con el solo fin de conservar sus privilegios, en las cuales los partidos políticos son el principal chasis. 

 

      La situación anterior lleva a un tercer  factor que está carcomiendo a Chile: la corrupción en el sector público y privado. Esto carcome muchos tejidos de la organización social. Destruye la confianza, desalienta el triunfo del mérito, de la calidad,  de la contribución a los fines que se declaran. Y esto se da en los servicios de educación, de salud, los servicios municipales, la justicia y últimamente en la policía y las Fuerzas Armadas. Esto se alienta desde el Parlamento y desde las ideologías socialistas añejas pidiendo cada vez más una “igualdad mentirosa” a través de más gasto en programas públicos mal diseñados y nunca evaluados,  en que los operadores políticos hacen su agosto ganando sus comisiones que reparten con sus mandantes, sean ellos parlamentarios, alcaldes, consejales o simples funcionarios. 

 

         La cuarta situación que, de continuar,  llevará a Chile de vuelta a su medianía de los 60s es, a mi juicio, el desprestigio y falta de confianza de la gran mayoría de la ciudadanía en sus grandes empresas y empresarios, así como  en el sistema económico prevaleciente hasta ahora. Si se necesita entregar evidencia de esto, considérese el abrumador apoyo al retiro del 10% de las Afps. Eso es la punta del iceberg. Y atribuyo esto principalmente a la ceguera, falta de generosidad y apertura al cambio de los grupos empresariales chilenos.  El primer gran error de este sector fue no condenar todo lo rotundamente que debieron a la corrupción de los parlamentarios y políticos de todos los sectores por parte de algunas grandes empresas. Ese fue el comienzo del fin de la confianza en la bondad del modelo chileno. Y todavía no hay una condena suficiente a esos hechos y a todos los que implican corrupción y abusos de mercado y de sana competencia. Tampoco veo un compromiso solemne de los dirigentes empresariales por promover comportamientos éticos y competitivos, y de ser ellos los primeros en vigilarlos y denunciarlos. 

 

         Lo importante de tener este diagnóstico o visión, comparado con la de Edwards u otras, es que de ellas se desprenden distintas recomendaciones de política si queremos cambiar la tendencia que llevamos.  Al leer su escrito no me quedó claro qué hacer para mejorar.  Por mi parte hace años que estoy convencido que la recuperación del curso que llevaba el desarrollo de Chile antes de su extravío actual, sólo se puede conseguir  sobre la base medidas que corrijan las deficiencias que antes señalé: la ausencia de un centro político influyente, la lenta reducción de la desigualdad, el exceso de gasto público en programas mal diseñados y no evaluados, la corrupción (en buena medida debido a lo anterior) y las cegueras del sector privado. Propongo entonces:   uno, constituir un conglomerado fuerte de partidos políticos de centro,  unidos por los propósitos de restituir el diálogo y los acuerdos como modo de convivencia política, el rechazo a la violencia venga de donde venga y la búsqueda de un desarrollo con justicia social. Dos, cambiar las formas de conseguir más igualdad económica y social. Tres, reemplazar el crecimiento inorgánico y  burocrático del Estado en Chile sobre la base de Programas Públicos sin supervisión dejados al arbitrio de operadores políticos, por un sistema de transferencia directa de ingresos a cada persona necesitada, ya sea por pobreza extrema, caída inesperada de ingresos por enfermedad o vejez (pensiones solidarias). Es decir, reemplazar la actual burocracia estatal por un sistema de impuestos negativos (subsidios) a las personas, administrados por una especie de SII2.0 surgido a raíz de la experiencia de la pandemia y el retiro del 10%. Y cuarto, una nueva alianza colaborativa pública-privada basada en respeto irrestricto a la competencia honorable y bajo normas realmente transparentes de toda transacción tanto por parte de los agentes públicos como privados. Sanciones penales y ejemplares a los infractores de ambos sectores. Y una búsqueda conjunta activa de restitución de la confianza en los roles del Estado y los empresarios privados.

 


 

Retiro del 10%: ¿Quién más responsable?[1]

Ernesto Tironi  16-7-0

            La aprobación por parte de la Cámara de Diputados de la Reforma Constitucional que permite a los afiliados retirar el 10% de sus cotizaciones previsionales para enfrentar la crisis por la pandemia ha causado una conmoción profunda en todos los sectores dirigentes del país,  y no sabemos cuánto más allá. Es comprensible. Se trata de una medida con significados profundos, múltiples y, tal vez, con insospechadas consecuencias. Jorge Correa la calificó como soltar “una tuerca de la sala de máquinas de la institucionalidad”. Siendo de un buque como Chile que está al garete, detenido, sin capitán, en medio de una tormenta mundial, el pronóstico no puede ser más que un desastre. Agregaría que si el motor de la economía no arranca sin esa tuerca, nos hundimos todos. Para comprender cómo corregir bien esto que sería un muy grave desperfecto, es inevitable entender bien por qué se soltó esa tuerca. También es necesario saber quiénes son los principales responsables de que piezas tan claves de la máquina económica e institucional nunca más lleguen a soltarse.

            Hasta ahora toda la atención y artillería de reproches se ha centrado en los diputados, jefes de partidos políticos y tal. ¿Estará sólo allí la responsabilidad? Lo dudo. No se puede pedir peras al olmo. Los parlamentarios no son estadistas; son meros intermediarios y tal vez otro grupo de interés y de presión social más. Lo del 10% es otra medida populista y engañosa de las varias que hemos visto la última década, como la reforma de educación escolar, la gratuidad universitaria y otras. Si creemos que la adopción de ese tipo de medidas van a terminarse diciendo que sólo ocurren por culpa de parlamentarios irresponsables, nos estaremos también engañando. Creo que esta actitud basada en esa explicación simplista es infantil, equivocada e inútil. Debemos mirar más profundo y más lejos.

            Sostengo que la responsabilidad de esta última medida populista es primero que nada de todos nosotros los ciudadanos de nuestro país. Nosotros elegimos, o dejamos que fueran elegidos esos y no mejores legisladores. Pueden ser de los peores en décadas, pero igual nosotros los elegimos.  También nosotros dejamos pasar que se convirtieran en una casta vitalicia, autoreferente y autoperpetuante que,  al no conocer las dificultades de la gente corriente por ganarse la vida después de tener que pagar los impuestos, creen que el Estado es un pozo sin fondo para repartir plata. Y se atribuyen ellos, a sí mismos, el mérito de esos repartos por los cuales se ganan el agradecimiento para ser reelegidos. Ese sistema, durará poco tiempo; no es un círculo creativo ni virtuoso.

            El segundo mayor responsable son los propietarios y ejecutivos de las AFPs. No entendieron nunca el rol social que debían jugar al desenvolverse en un sector social tan sensible de la vida de los ciudadanos. Se quedaron en su mirada estrecha de maximizar utilidades y oponerse a toda medida que les afectara eso. Ellos saben mejor que nadie y hace tiempo que con los parámetros originales del sistema – la edad para jubilarse invariable en 60 y 65 años más la baja tasa de 10% de cotización – no generaban ni las pensiones que se habían prometido inicialmente  ni las que la población considerara justas o suficientes. No hicieron lo que debían para informar y educar a la opinión pública de la necesidad de corregir esos parámetros para elevar las pensiones. No; se veían  a sí mismas como meros administradores de fondos, mirando a un lado del mar donde navegaban, a babor: sus utilidades y rentabilidad. No miraron a estribor: la satisfacción última de quienes deben servir –  sus pensionados, los actuales y los futuros. Todos, incluidos los que no cotizaban. El conjunto; porque son (todavía) parte de un sistema de seguridad social. Esa ceguera hizo que la sala de máquinas se inundara y el buque comience a hundirse. No hicieron nunca un trabajo de educación profunda de la población desde el nivel escolar al técnico, sectorial, masivo, en las empresas, las ONGs, etc. etc., para explicar cómo funcionaba la máquina del barco. Tanto sus bondades como también sus requisitos (cotizar), puntos débiles (lagunas) y factores críticos (legitimidad social). Tampoco apoyaron con toda su fuerza a los gobernantes y parlamentarios que propusieron reformas razonables del sistema, aunque ellas redujeran sus utilidades. No bastaba con nombrar de directores a exministros o posibles futuras senadoras esperando que las defendieran. Ya sirven de poco las nuevas explicaciones que vengan a dar.

            El tercer mayor responsable de esta culminación del populismo, son los últimos dos gobiernos;  desde los Presidentes y sus ministros hasta los Partidos políticos los proponentes de los programas  que los sustentaron. Bachelet realizó en su primer gobierno la más importante reforma (y mejora) del sistema de seguridad social que ha tenido Chile en los últimos casi 40 años. Pero llegó a mitad de camino. Y en vez de completar esa reforma en su segundo gobierno, comienza el populismo con la engañosa reforma que iba a mejorar la calidad de la educación escolar, acogiendo la campaña del fin del lucro,  y después se gasta los recursos que podrían haber estado hoy disponibles para mejorar las pensiones en dar gratuidad para la educación universitaria a quienes podrían pagarla. Luego viene el actual gobierno de Piñera trayendo como prioridad, y desgastándose el primer año de gobierno en una fracasada reforma tributaria, dejando para después y ya sin fuerza suficiente,  la reforma de pensiones que languidece en el parlamento. Dos gruesos errores cuyas consecuencias vemos hoy.

            Comparten este tercer lugar de responsabilidad del probable naufragio los dirigentes de las organizaciones empresariales del país. Ellos han sido muy ciegos y deficientes defensores del sistema económico de mercado que hemos tenido, al haber dejado de apoyar los múltiples intentos razonables de diversos gobiernos por corregir las deficiencias de las AFPs en el sistema previsional y de las Isapres en salud. Debieron (y hoy debieran ser) los primeros en apoyar esas reformas.  No pueden seguir desentendiéndose y dejar de apreciar los altos niveles de rechazo de los ciudadanos a esas organizaciones; y las consecuencias que tendrá para ellos y para todo el sistema económico, seguir sin hacerles reformas profundas o radicales (incluyendo cambiar el nombre al tipo de organismos diferentes que persistan).

            No es este el momento ni lugar de recordar las reformas que son indispensables. Están en las conclusiones de dos comisiones de alto nivel y representatividad que se han formado últimamente. Dos de mis columnas del año pasado las dediqué a proponer medidas para subir pensiones y dar legitimidad a un sistema que hasta ahora nunca la ha logrado tener. Una de ellas es tratar a las administradoras como empresas monopólicas reguladas que tengan una tasa de rentabilidad máxima por ley. O sea, que dejen de ser empresas con fines de lucro. Así nunca más podría decirse que “las AFPs obtienen altas utilidades con mi plata”, como sí puede decirse hoy.

            Ya no es el momento de intentar cambiar la opinión de la gente con más datos y conceptos, como que las tasa interés que se deja de ganar comparado con la que se pagará, los años necesarios para recuperar lo retirado, el monto de pensión futura, el mayor o menor impuesto a pagar por esta alternativa o la otra. Aquí hay un gran hastío y desconfianza que no se saca nada con intentar descalificar como irracional.  Y hay también un grupo organizado de la sociedad metódicamente aprovechando esas emociones y percepciones para logra su propósito político: el fin del sistema capitalista, que ellos denominan además el modelo neoliberal heredado de la dictadura. No saldremos bien de esta coyuntura mientras la gran mayoría de quienes buscamos un Chile pacífico, que progrese con justicia, libertad y convivencia respetuosa no decidamos movilizarnos para participar más en el debate público y trabajar exigiendo reformas sustantivas decididas democráticamente.



[1] Publicado en El Libero.


Chile en la economía mundial que viene[1]

Ernesto Tironi  2-7-0

                No sólo de pandemia vive el hombre. Es tiempo de hablar de otras cosas también. Una de ellas puede ser cómo está cambiando y probablemente terminará por transformarse la economía mundial.  Tema crucial para el futuro de Chile.  La época más prolongada de progreso económico en la historia de esta pequeña república,  se debió fundamentalmente a la participación de Chile en la economía internacional; a su apertura a ella. Ahora, el dinamismo de esa corriente en la que nuestro país surfeó parece estar llegando a su fin. ¿Es tan así? ¿De qué magnitud? ¿Qué consecuencias concretas puede tener para nosotros? ¿A quiénes podría golpear más? ¿Cómo protegerse? ¿Hay posibilidades de que, a pesar de todo, haya algunas oportunidades para nosotros? ¿Qué debiera hacer Estado y el sector privado en este nuevo escenario?

                Estas son algunas de las preguntas que considero que también debemos hacernos. Y ahora. No esperar ese futuro incierto que a tantos nos llena de ansiedad y también paraliza. Aquí procuraré abrir la conversación, proveyendo algunos antecedentes y especulando primeras respuestas y recomendaciones. 

                El primer punto que quisiera plantear es que hasta ahora la información y el debate se han concentrado demasiado sólo en factores y variables macroeconómicas como caídas del PIB, ingresos, deuda y el empleo de los países. Mucho menos en comercio internacional (exportaciones e importaciones) y en sectores o industrias específicas. A nosotros los chilenos nos importa sobretodo qué pasa con el cobre. Pero no sólo eso. También con los salmones, la fruta, los vinos, la celulosa, etc. Nos interesa no sólo la menor demanda que habría por menor ingreso de los consumidores externos. También nos influirá mucho qué restricciones pueden poner los gobiernos, cambios en preferencias de consumidores, variaciones de precios y de oferta de nuestros competidores y substitutos. Mi propuesta es poner más atención a esto último también, para anticiparse en evitar daños y aprovechar oportunidades. “La globalización no terminó, pero se va a redefinir”, ha declarado una experta de McKinsey en un informe reciente.

                Sobre estos últimos temas de tipo microeconómicos o sectoriales, casi todos los observadores y analistas de las cuestiones internacionales anticipan una nueva era de una economía internacional menos dinámica, más cerrada, más conflictiva e incierta. Ver por ej. el Wall St. Journal del 25 de junio reciente. Se pronostica una caída del comercio internacional de 33 por ciento este año, y del 40% en la inversión extranjera directa. Hay un movimiento de casi todos los países, y sobre todo los más grandes, a buscar más autosuficiencia. Para empezar, en insumos médicos, como lo han declarado desde Trump hasta Macrón, pasando por Merkel y Xi Jiping. Pero no se quedan allí: también los consumidores plantean algo semejante en alimentos y muchos bienes considerados esenciales. ¿Nos puede afectar esto a nosotros? Probablemente sí; veamos.

                La industria chilena de alimentos está sufriendo caídas en sus volúmenes de exportación que hasta ahora no han afectado mucho a los productores gracias a la compensación por el alza del tipo de cambio. Es por ejemplo el caso del vino. Esas caídas en las compras pueden venir de menores ingresos de los consumidores. Pero otra parte puede venir de la tendencia al autoabastecimiento alimentario. Ésta es fuerte por parte de los norteamericanos y puede alcanzar a la fruta, incluidas las paltas.

                Otra tendencia preocupante para nosotros puede ser la prioridad dada en todos los países a los temas de salud, el cuidado con lo que se come y las infecciones que pueden causar. Aquí podría aparecer el tema de los virus que afectan a animales criados para el consumo humano como cerdos y aves. En éstos nos hemos beneficiado de un boom provocado por problemas de ese tipo con la producción porcina china. Pero algo parecido puede ocurrirnos a nosotros. Ya vivimos el problema en el pasado con la infección de los salmones, la cual tuvo un alto impacto en nuestro país, y en dos regiones en particular.  Nos va a afectar también la caída en el turismo externo, pero no tanto como otros páises que dependen tanto de esa industria.

      Párrafo aparte merece el debilitamiento de la institucionalidad del comercio internacional, y en particular de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Por suerte los días de Trump parecen contados en la Casa Blanca,  porque si no podría sufrir la suerte de la OMS. Ese organismo multilateral es clave para países pequeños como Chile. Nuestro país debiera hacer todos los esfuerzos posibles por realizar un trabajo diplomático decidido por fortalecerlo.  La diplomacia Chilena tiene que focalizarse en el fortalecimiento de la institucionalidad internacional, en lo político y lo económico. Además acompañar a abrir mercados y generar más  buena voluntad hacia nuestro país.

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                Pero no todo debiera ser negativo para Chile. Pueden haber oportunidades y debemos abocarnos estos meses a estudiarlas y desarrollarlas a fondo. Por ejemplo, un apoyo especial y colaboración pública-privada a emprendimientos industriales para uso del cobre como material que evita la contaminación de este virus y otros patógenos en los hospitales y laboratorios. Se estima que por estas infecciones intra-hospitalarias mueren 700,000 personas al año en el mundo.  Otro caso el es de aprovechar las tendencias de empresas multinacionales a traer sus plantas de vuelta desde China y reducir su globalización. Se habla de tener menos plantas y que estén más cerca de donde se venden sus productos. La empresa de motores Cummins, por ejemplo que tiene 125 fábricas en 27 países, ha declarado formalmente que está en ese plan. Una Corfo ágil ya debería haber mandado un alto ejecutivo a Indiana, EEUU, a ofrecerle a Cummins que ensamble en Chile sus equipos mineros para venta en toda América Latina.

      ¿Qué hacer entonces frente a el atemorizante, incierto y convulsionado panorama económico internacional con pandemia? Primero: resolver cuanto antes nuestros temas internos, para recuperar y continuar desarrollando la marca Chile en el mundo. Segundo, las empresas exportadoras necesitan ser más competitivas que nunca antes, innovando, ofreciendo productos y servicios superiores, siendo impecables en su cumplimiento y atención a los clientes. Tercero,  no quedarse esperando “a ver qué pasa”. Cuarto, estudiar oportunidades, probar, anticipar medidas de ajuste y abrirse a explorar posibilidades. Para todo esto las empresas necesitan flexibilidad. Y el Estado debe, sobre todo, proveer infraestructuras de todo tipo (incluida la digital) y  flexibilidad en las regulaciones burocráticas de todo tipo (incluidas las laborales) y todo el apoyo posible. En este cuadro urge modernizar el Estado. Es el tiempo de la máxima colaboración pública-privada para minimizar los daños sobre el empleo y los ingresos que sufriremos los chilenos con esta crisis desde el frente externo que es vital para nuestra economía.

 

 

               



[1] Publicado en “El Libero”