Estallido: ¿Y si nos jugamos por lo positivo?
Ernesto Tironi B. 23-1-20
Si el Estallido social nos dejó
perplejos y todavía no entendemos suficiente su origen ni por qué las formas
que tomó, la última encuesta CEP nos dejó más en el suelo. Esto a nosotros los viejos. No sé qué pensarán de ella los
jóvenes, ni menos quienes han apoyado entusiastamente el estallido.
Leer los numerosos, agudos e
ingeniosos comentarios de la CEP por parte de nuestros columnistas habituales
me dejaron por sobre todo una conclusión: estamos muy mal y además en el país
predomina un profundo pesimismo sobre nuestro futuro. En unos, especialmente porque todo lo hecho para atrás está mal (“no eran 30 pesos sino 30 años”). Y en otros, porque se ha instalado la violencia, no se respeta
nada, la confianza en las instituciones está por el suelo y no se vislumbran líderes
capaces y confiables. Conclusión: nada que
hacer. Cuando decimos o sentimos esto, el resultado es claro: depresión. En nuestro caso es tanto a nivel personal
como de la sociedad en su conjunto. A mi, leer las columnas sobre la CEP me
dejó más deprimido y desesperanzado que leer la encuesta misma.
¿Es posible salir de este
estado? ¿Es muy ingenuo siquiera intentarlo en las actuales circunstancias?
¿Cómo? Sin pretensión de nada, me
propongo intentarlo. Primero, haciéndome
algunas preguntas distintas. Ampliando ámbitos a
considerar. Como por ejemplo, ¿No
habrá acaso algunas cosas buenas dentro de todo lo que ha pasado? ¿Cuáles? ¿Existe al menos la posibilidad de hacer
algunos cambios positivos en el país conservando varias de las cosas buenas que
traíamos?
El segundo paso para salir del
pesimismo y la frustración en que uno cae al leer tantas noticias de rabia y
destrucción, es recordarme que aquí
todavía no está todo en el suelo.
Estamos vivos, funcionando,
deliberando, y nada ha sido completamente destruido. No hay un futuro negro
marcado en roca, ya inevitable. Ningún futuro posible está ya cerrado. El
abanico de destinos a los cuales llegar es todavía amplio. Tercero,
el lugar donde lleguemos como país en 10, en 20 o 30 años más depende
sobre todo de nosotros: quienes hoy
vivimos aquí. Y lo cerca que lleguemos (o no) al destino que nos propongamos,
dependerá de lo que nos involucremos, participemos
y movilicemos a amigos y conocidos, cercanos y lejanos.
Por último, salir de la
depresión y el pesimismo requiere de mi voluntad. Tomarme los remedios. No
permitirme actuar como víctima, ni dejarme sentir impotente y como mero espectador. Requiere que deje de
leer Tuits y WS de grupos que se
refocilan en la desgracia, la crítica a otros y la queja. Participar
positivamente. Como intentar escribir esta columna sobre este tema y no quedarme en lo escrito al final del segundo párrafo, por cierto que sea.
Entonces, soñemos. ¿Y si de esta
crisis saliéramos mucho mejor que antes de ella? ¿Cómo me gustaría que saliéramos? ¿Hacia dónde?. Sigo:
Me gustaría y no creo imposible que salgamos hacia un país con mayor equidad,
menos desigualdades económicas, sociales, culturales y educacionales. Pero también menos centrado en lo económico y
en el consumo de más y más cosas. Que
siguiéramos creciendo económicamente pero no a cualquier costo, y sin ese afán
permanente en que todo debe siempre crecer.
Aprender no sólo a cuidar más nuestro medio ambiente, sino a conservar
todo más; reparar las cosas que tenemos y no automáticamente botar y comprar
más cosas nuevas.
Me gustaría que ordenáramos
nuestras ciudades de manera muy distinta.
Con tantas plazas públicas y áreas verdes en las
poblaciones del sur y poniente de Santiago como en los barrios acomodados. Más
plazas de juego para los niños y bancos donde se sienten los ancianos a pasar
el calor y tomar aire bajo la sombra de añosos árboles. Con más seguridad y
menos peligro de robos y drogas.
Ciudades donde dejáramos de usar tanto
los autos. Que caminemos más. Nos veamos las caras con respeto y sin
miedo. Nos atropellemos menos y saludemos más.
Que nos sintamos más hijos de esta misma tierra.
Sueño con una convivencia más
respetuosa en todos los lugares públicos. Con menos estrés y empujones en el
Metro, las veredas, los estadios y las cajas de los supermercados. Con más
cultura. Más conciencia de formar parte de una comunidad.
Y que todo esto no surja sólo de
leyes impuestas a los ciudadanos por el Parlamento y el Estado, ni del Programa de algún candidato, ni de una
mítica y peleada Nueva Constitución.
Tampoco que se pague con fondos de un Estado obeso
que todos pelean por controlar para
aparecer como a quien debemos agradecer lo que logremos. Menos todavía que lo hagamos por miedo. No. Sueño que todo esto surja paulatinamente de
la toma de conciencia y de la educación que adquirimos a medida que progresamos
todos como simples seres humanos. Sí; que brote de una mejor educación de todas
nuestras niñas y niños gracias a profesores conscientes de sus nuevas y mayores
responsabilidades hoy.
Sueño y creo posible que de esta
crisis salgamos con grandes empresarios y personas ricas volviéndose más generosas. Que decidan
ellos y nosotros – grupos medios altos y educados – por voluntad propia
dedicarnos más a hacer filantropía. A compartir parte de lo que hoy tenemos con
los demás, de las más variadas y múltiples formas que podamos inventar. Por ejemplo, creando fundaciones y organizaciones que
favorezcan a personas necesitadas. Que nos aboquemos a eso con tanta dedicación
como antes le destinamos a crear y hacer crecer empresas, o a sacar nuestros
títulos de postgrado. Y así, con ese
esfuerzo y talento, devolverle a lo
sociedad lo que hemos recibido de ella,
desarrollando fundaciones o corporaciones que atiendan ancianos
enfermos, que construyan y operen centenares de consultorios de salud privados sin fines de lucro en las
poblaciones, que complementan pensiones
a quienes no les alcanzan, que sorteen elevadas sumas de dinero para premiar
trabajadores independientes de bajos ingresos que tengan sus cotizaciones al
día, que rehabiliten a delincuentes y drogadictos, etc, etc, etc.
Así, alentar que se multipliquen
las obras de generosidad y solidaridad mucho más que obtener altas utilidades
en las empresas. Que éstas importen sólo como forma de financiar eso que sirve
a que todos compartamos una vida y un
país del cual nos sintamos orgullosos.
Finalmente, me gustaría
salir hacia ese Chile que sueño como he
esbozado, por la vía de los acuerdos y
no de las imposiciones. Salir por la vía de la paz y el respeto, y no de la
violencia y la desconfianza.
Todo esto es demasiado iluso
estarán diciéndose muchos lectores. Así puede parecer, respondo. Pero no
tanto. Hace sólo 35 años atrás muchos de
Uds que están leyendo estas líneas recordarán que este mismo país venía
saliendo de una convulsión social tan
aguda como ésta (“Las protestas del 83”)
que terminó con un atentado al entonces Presidente de la República. Sin
embargo, pocos años después Chile recuperó en paz la democracia. Algo que la
mayoría del país, por motivos distintos y opuestos, consideraba imposible.
Especialmente para los grupos políticamente más de izquierda eso era una
ingenuidad. Pero lo logramos.
Entonces empezó en 1990 un
gobierno formado por personas que habían sido de la UP y otros
desconocidos. Un significativo
porcentaje de la población – el 45%, y no sólo de la derecha y el empresariado – tuvo un gran
temor sobre qué iba a pasar (“dónde vamos a ir a parar”). Y no ocurrió la
catástrofe que tanto temían, sino que en los 20 años siguientes el país
progresó como nunca antes en toda su historia.
Tal vez no es tan ingenuo
entonces soñar de nuevo. Depende de cada uno de nosotros proponernos pensar en
positivo, atrevernos, involucrarnos y trabajar para hacer de esta crisis el
inicio de algo mejor para Chile.