¿Saldremos mejores?
Ernesto Tironi B. 6-5-21
“¿Saldremos
de esta pandemia siendo mejores personas?”. Ese fue el título de un largo
reportaje reciente del Washington Post, y me parece una pregunta muy
relevante. Para responderla algunos se
han puesto a estudiar la historia posterior a la Gripe española, y sus
conclusiones son mezcladas. Algunos creen que habría sido una de las causas de
la Gran Depresión y de la Segunda Guerra. Nada muy halagüeño.
Por mi
parte, soy moderadamente optimista, aunque en el largo plazo. Aquí intento a
explicar mis motivos. Antes una aclaración. No estoy pensando en la situación
particular de Chile. Aquí tenemos el caso especial de que la pandemia se dio
justo después del estallido social de octubre del 2019, con lo cual se han
mezclado dos fenómenos muy distintos.
La
pregunta más amplia, de si como personas o como raza humana, mejoraremos o no
después de la pandemia va más allá del nivel del PIB o del porcentaje de familias
viviendo bajo la pobreza. Esta cuestión tiene que ver con si vivimos mejor; es
decir, con más satisfacción, bienestar, armonía, paz y felicidad (para ponerlo
en positivo). O si vivimos con más stress, tensión, miedo, polarización o
malestar (puesto en negativo), a pesar de tener mayores ingresos o menos pobreza.
Y esto tanto a nivel personal como en cuanto sociedad: con más delincuencia,
inseguridad, drogadicción, agresividad pública, enfermedades mentales, etc.
Mi
hipótesis es que tenemos una probabilidad alta de que un grupo grande de la
población mundial salga de la pandemia con mayor consciencia de la conveniencia
de transformar nuestra forma de vivir. En más concreto, de lo tóxico de algunos
ambientes donde hemos vivido y de la forma cómo nos relacionamos y de lo que
nos falta para bien-estar. Un par de muestras de eso son la cantidad de
personas quieren irse a vivir fuera de las grandes ciudades. Se estima que
medio millón de Santiaguinos se han ido a vivir a regiones. Antes ya los estudiantes universitarios
egresados se querían ir a vivir a Australia o Nueva Zelandia; tampoco estaban
dispuestos a tomar cualquier empleo. Otra es el creciente interés en el Mindfulness,
la meditación y el Budismo. En las redes
sociales está lleno de cursos, retiros y programas con esa orientación y muchos
cientos de miles de seguidores. Tanto así, que quienes ya antes habían escrito
libros y abierto programas o centros de meditación, como Eckhart Tolle, Thich
Naht Hanh, Jon Kabat Zin, Deprak Chopra y muchos otros han liberado
gratuitamente centenares de charlas de prácticas “a pedido del público”. Y
tienen muchos seguidores, tal vez ayudados por las cuarentenas. Algunos pueden ser escépticos y pensar que
esto es de minorías pseudo iluminadas o de elites. Otros creerán que es algo asociados
con el derrumbe o desprestigio de las religiones tradicionales. Pienso que puede ser más que eso.
Si
fuera cierto, como lo creemos muchos, que la vida que hemos llevado
predominantemente hasta ahora centradas en lo material (el consumo), en lo
racional (el saber y tener razón) y en el progreso (tener más cosas y títulos)
tocó techo con la pandemia, entonces también por eso empiezan a aparecer otras
dimensiones hasta ahora olvidadas de una buena vida. Una de esas dimensiones es la fuerza de las
emociones. Así, en bruto: del miedo (hoy a enfermarnos gravemente o
morir nosotros o nuestros seres queridos, a perder los trabajos e ingresos), de
la incertidumbre (no saber qué va a pasar), del stress, el desamparo,
el cansancio, la angustia y muchas otras. Hemos descubierto que
no sabemos cómo abordar las emociones ni cómo relacionarnos con ellas: qué son,
de dónde surgen, para qué están allí y qué hacer con ellas, especialmente
cuando son tan intensas y generalizadas.
Quienes están experimentando con
más fuerza eso hoy, creo, son los profesores y estudiantes, en el vasto mundo de
la educación donde se forman las nuevas generaciones de una sociedad. Ellos lo
expresan como “la necesidad de considerar los factores socioemocionales en la
educación”. Si eso ocurriera, y se hiciera bien, tal vez de aquí emerjan
mejores personas y una mejor sociedad. No
será inmediato, pero en 15 a 25 años puede llegar a la sociedad entera.
El día que comencemos a
equilibrar más nuestras vidas entre lo racional, lo mental y emocional, es
posible que también comencemos a ver los mayores problemas sociales de nuestro
país y del mundo con nuevos ojos. Ver en particular que el flagelo de la
drogadicción, el narcotráfico, la delincuencia y la violencia en general
proviene de personas individuales en que el desequilibrio entre sus dimensiones
racionales y emocionales superó cierto límite máximo. Son personas desadaptadas
que sufren porque no encuentran en nuestra sociedad la felicidad que nuestra
cultura les propone y les muestra. Muchos creen que no la alcanza solamente
porque no tiene los medios materiales. Pero es mucho más que eso. Cuando las
familias o progenitores y la sociedad formen personas más equilibradas y más
sabias, probablemente se reducirán esos problemas sociales que hoy prevalecen.
Esto podría comenzar
inesperadamente a raíz de la pandemia a través del empezar a incorporar en
serio los factores socioemocionales en la educación escolar. Y no ocurrirá por
una nueva moda académica en pedagogía, sino por la necesidad de los
docentes ante el agobio y stress de enseñar por Zoom y darse cuenta que la vida
que llevaban antes en las escuelas no era mucho mejor. También estaban
desconectados de los alumnos y pasándolo mal con las materias y formas de
enseñar tradicionales. La tarea del momento es apoyar y sostener este
movimiento naciente de incorporar factores socioemocionales en pedagogía
escolar.
Al terminar de escribir esto, me
entero de la muerte de Humberto Maturana, nuestro insigne biólogo, escritor y
maestro. ¡Qué coincidencia que haya escogido este tema ahora! Él fue un pionero
a nivel mundial en el estudio de las emociones y su consideración en la
educación. Tuve el honor de editarle un libro señero para nuestros días con el
título: “Emociones y lenguaje en educación y política”. Invito a todos
a leer o releerlo en su homenaje, e intentemos aplicar lo que tan sabiamente
nos enseñó.
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