¿Cómo no volver a la mediocridad?
Ernesto Tironi. 31-7-20
Muchos
observadores calificados del acontecer nacional sostienen que Chile enfrenta
hoy su crisis más aguda desde el retorno de la democracia. Uno de los últimos
ha sido recién el economista Sebastian Edwards quien afirma en interesante
escrito que, entre 1990 y 2015, pareció que el país salía de ser uno del
promedio entre los latinoamericanos, para asumir un liderazgo indiscutido en
crecimiento del ingreso per cápita (del séptimo al primer lugar), reducción de
la pobreza (del 56 al 8%) y en reducción de la desigualdad. Desde hace un
lustro, pero en especial desde octubre, parece que eso fue una quimera, y ahora
retornamos a nuestro lugar: la mediocridad. ¿Cómo llegamos a esto?, se
pregunta. Y propone como explicación nueve momentos o situaciones claves. En
esta propongo algunas explicaciones distintas como más cruciales.
La
Teoría Edwards atribuye el éxito de esos 25 años, fundamentalmente a “un
liderazgo de izquierda nunca visto en América Latina: líderes modernos y
cosmopolitas que entendieron que la única opción era un capitalismo moderno y
globalizado que fuera haciéndose más inclusivo, tolerante y amable. Un programa
de gradualismo progresista”. Entonces imputa la actual crisis a que cuando esos
líderes se fueron retirando, fueron reemplazados por dirigentes en la tradición
latinoamericana (“sale Velasco y entra Arenas, sale Lagos y entra Guillier”,
dice). Agrega nueve situaciones “que contribuyeron a la crisis y al
descalabro”, como que Lagos no legitimara su Reforma Constitucional, mal
reemplazo del sistema binominal, una derecha que no denuncia abusos del
sector privado, líderes de izquierda reemplazados por “una generación
provinciana, soñadora, buenista e ingenua”, una elite de derecha que se segrega
del país y que descarta teoría del malestar, que no entiende que sistema de
AFPs es una bomba de tiempo, una izquierda que reemplaza socialdemócratas
modernos por el PC, y finalmente un PS que decide no apoyar a un Guillier en
vez de su militante Ricardo Lagos.
De
esa interesante lista, sólo hay tres situaciones a las que atribuyo cierta
influencia significativa: a la mala reforma del sistema binominal que generó un
parlamento inexperto dominado por la demagogia y la farándula; a la ceguera y
tozudez de la derecha con el sistema de Afps; y el reemplazo de dirigentes de
izquierda modernos (que vivieron el dolor de la violencia y el exilio del
Golpe), por personeros del PC y el FA que siguen con el espíritu de fines de
los 60s de entender la política como una guerra para imponer sus cambios
derrotando a sus enemigos. La política infantil de los buenos contra los malos,
los que traen la igualdad y la justicia contra los abusadores y egoístas.
Creo
que Edwards da excesivo peso a los dirigentes de izquierda en el auge y
decadencia de Chile, y no lo suficiente al debilitamiento de los
dirigentes del centro político y, en particular, a la pérdida de votación y
liderazgo de la Democracia Cristiana (DC) o, mejor dicho, al alejamiento
de sus votantes hacia la centro derecha que captó Piñera.
Una
de las situaciones a que atribuyo más relevancia en la decadencia actual de
Chile es a que la DC dejó de jugar el rol equilibrante, moderado, favorecedor
de acuerdos que jugó ese partido en la transición a la democracia y en los
primeros cuatro gobiernos de la Concertación. Que desde el 2010 la DC
dejara de jugar ese papel, para asimilarse como un partido más de la fugaz e
ilusoria Nueva Mayoría, contribuyó decisivamente, considero, a la
polarización . Se dejó embelesar por los vellocinos de oro de recuperar el
poder y empleos estatales ventajosos y conservarlos con Bachelet, perdiendo
consciencia de sus principios y capacidades que le daban valor a los ojos de
los votantes: ser garante de cierto equilibrio, distancia de extremos,
gradualidad, y respeto por el aporte de los técnicos en política.
Es
interesante que observadores tan lúcidos del acontecer nacional vean lo recién
señalado y den tanto realce al rol de la izquierda. Me lo explico porque
personas como él y muchos políticos jóvenes de hoy no fueron testigos del rol
clave que jugó la DC en la recuperación de la democracia y en el éxito de la
concertación. Para empezar, la unión de los socialistas y democristianos fue
una obra de relojería política de alta complejidad. Nada fácil ni obvio. Ambos
sectores habían sido rivales tan enconados como hoy son la UDI y el Frente
Amplio durante muchos años, y más todavía en el periodo de la UP. En la
DC una clara mayoría al inicio rechazaba cualquier entendimiento con todo
socialista. Quienes tuvieron la visión de que era posible un acuerdo entre esas
fuerzas, como Gabriel Valdes S., tuvieron formidables adversarios al inicio al
interior de la DC, incluyendo a Aylwin, Adolfo Zaldivar y otros. Entonces el
acuerdo por una salida pacífica de la dictadura no fue sólo fruto de una
izquierda cosmopolita y modernizada, sino sobre todo de demócratas cristianos
abiertos, generosos y dispuestos a cambiar. Esas son las actitudes y los liderazgos
que se necesitan hoy día para salir de la crisis a la que vuelve Chile.
La
crisis actual también se debe entonces al déficit en el reemplazo de estos
líderes del centro político. No es que sólo sale Viera-Gallo entra Elizalde,
como dice Edwards; es que también sale Foxley entra Huenchumilla, sale Alvear
entra Provoste, sale Gutemberg Martinez entra Chauan. Para qué hablar de la
pérdida por las muertes de Gabriel Valdes y Boeninger. La formación,
promoción y cuidado de nuevos dirigentes es clave.
Para
mi hay otras cuatro situaciones que han llevado al descalabro chileno, a
las cuales doy más ponderación. La primera es no haber impulsado formas más
efectivas de ir reduciendo con mayor rapidez las diferencias de ingreso entre
los chilenos. No haber promovido una cultura de mayor austeridad y del
compartir. De distribuir bienes públicos con mayor igualdad, como áreas verdes,
transporte, etc. Construir ciudades más amables y dar más participación a las
regiones. Además nos equivocamos en la elección del principal medio para
redistribuir, que fue aumentando programas y gastos públicos. Programas que
casi siempre se han justificado porque generarían más igualdad, pero casi nunca
se evalúan, ni se mide si lo han conseguido y ni se cierran cuando no. El
segundo factor que, creo, condujo a esta crisis, es el crecimiento
excesivo del Estado en términos de dinero, presupuestos, organismos
burocráticos, poder no suficientemente controlado o contrapesado, etc. que
ayudan a generar corrupción, ansias desmedidas por conservar cargos en el
parlamento, oficinas públicas, obtener nombramientos y tener operadores que
ayuden a conservar el poder. Se han instalado verdaderas máquinas de alianzas
entre personas con el solo fin de conservar sus privilegios, en las cuales los
partidos políticos son el principal chasis.
La
situación anterior lleva a un tercer factor que está carcomiendo a Chile:
la corrupción en el sector público y privado. Esto carcome muchos tejidos de la
organización social. Destruye la confianza, desalienta el triunfo del mérito,
de la calidad, de la contribución a los fines que se declaran. Y esto se
da en los servicios de educación, de salud, los servicios municipales, la
justicia y últimamente en la policía y las Fuerzas Armadas. Esto se alienta
desde el Parlamento y desde las ideologías socialistas añejas pidiendo cada vez
más una “igualdad mentirosa” a través de más gasto en programas públicos mal
diseñados y nunca evaluados, en que los operadores políticos hacen su
agosto ganando sus comisiones que reparten con sus mandantes, sean ellos
parlamentarios, alcaldes, consejales o simples funcionarios.
La
cuarta situación que, de continuar, llevará a Chile de vuelta a su
medianía de los 60s es, a mi juicio, el desprestigio y falta de confianza de la
gran mayoría de la ciudadanía en sus grandes empresas y empresarios, así
como en el sistema económico prevaleciente hasta ahora. Si se necesita
entregar evidencia de esto, considérese el abrumador apoyo al retiro del 10% de
las Afps. Eso es la punta del iceberg. Y atribuyo esto principalmente a la
ceguera, falta de generosidad y apertura al cambio de los grupos empresariales
chilenos. El primer gran error de este sector fue no condenar todo lo
rotundamente que debieron a la corrupción de los parlamentarios y políticos de
todos los sectores por parte de algunas grandes empresas. Ese fue el comienzo
del fin de la confianza en la bondad del modelo chileno. Y todavía no hay una
condena suficiente a esos hechos y a todos los que implican corrupción y abusos
de mercado y de sana competencia. Tampoco veo un compromiso solemne de los
dirigentes empresariales por promover comportamientos éticos y competitivos, y
de ser ellos los primeros en vigilarlos y denunciarlos.
Lo
importante de tener este diagnóstico o visión, comparado con la de Edwards u
otras, es que de ellas se desprenden distintas recomendaciones de política si
queremos cambiar la tendencia que llevamos. Al leer su escrito no me
quedó claro qué hacer para mejorar. Por mi parte hace años que estoy
convencido que la recuperación del curso que llevaba el desarrollo de Chile
antes de su extravío actual, sólo se puede conseguir sobre la base
medidas que corrijan las deficiencias que antes señalé: la ausencia de un centro
político influyente, la lenta reducción de la desigualdad, el exceso de gasto
público en programas mal diseñados y no evaluados, la corrupción (en buena
medida debido a lo anterior) y las cegueras del sector privado. Propongo
entonces: uno, constituir un conglomerado fuerte de partidos políticos
de centro, unidos por los propósitos de restituir el diálogo y los
acuerdos como modo de convivencia política, el rechazo a la violencia venga de
donde venga y la búsqueda de un desarrollo con justicia social. Dos, cambiar
las formas de conseguir más igualdad económica y social. Tres, reemplazar el
crecimiento inorgánico y burocrático del Estado en Chile sobre la base de
Programas Públicos sin supervisión dejados al arbitrio de operadores políticos,
por un sistema de transferencia directa de ingresos a cada persona necesitada,
ya sea por pobreza extrema, caída inesperada de ingresos por enfermedad o vejez
(pensiones solidarias). Es decir, reemplazar la actual burocracia estatal por
un sistema de impuestos negativos (subsidios) a las personas, administrados por
una especie de SII2.0 surgido a raíz de la experiencia de la pandemia y el
retiro del 10%. Y cuarto, una nueva alianza colaborativa pública-privada basada
en respeto irrestricto a la competencia honorable y bajo normas realmente
transparentes de toda transacción tanto por parte de los agentes públicos como
privados. Sanciones penales y ejemplares a los infractores de ambos sectores. Y
una búsqueda conjunta activa de restitución de la confianza en los roles del Estado
y los empresarios privados.
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