¿Seguirá
mandando la violencia?
Ernesto
Tironi 22-10-20
Considero
que el uso de la violencia en el ámbito público es el más grave problema que
enfrenta Chile hoy. Y tan grave como
eso, es que no hemos tomado suficiente consciencia que ella no comenzó el
18 de Octubre de 2019. Hemos vivido una trayectoria
de creciente violencia que se ha ido extendiendo a nuevos ámbitos
públicos desde hace unos diez a quince años.
Apreciar esto es crucial para la posibilidad de ponerle término o cambiar
la tendencia que llevamos.
Tampoco
esa violencia es nueva desde una mirada más amplia de la historia del país. Lo
que hemos visto últimamente es un proceso de expansión paulatino de ella por
incompetencia nuestra como sociedad de detenerla a tiempo. Por postergar
acciones remediales oportunas, como nos ha pasado en tantos otros ámbitos de
gobierno nacional, como por ejemplo en las pensiones y en ir mejorando la distribución de ingresos y de oportunidades en
la sociedad.
La
violencia empezó a crecer fuerte en algunas poblaciones de Santiago y
algunas otras ciudades hace un tiempo. Pero como ocurría donde no viven los
gobernantes, dirigentes y elites, se explicó como proveniente del narcotráfico,
que afectaba a pocos y se ha dejado estar. Siguió con la Barras Bravas en el
fútbol, y también se hizo vista gorda
(no ocurrió igual en Inglaterra, Francia y otros lugares). Casi junto, han crecido los asaltos
violentos, portonazos y robos de autos cada vez en más barrios y ciudades.
Esto empezó a tener más prensa adversa, pero de nuevo la ineptitud de
dirigentes y policías (más justificaciones soterradas de que sólo afectaba a los
ricos quienes ejercían otros tipos de “violencia”) han limitado su contención.
Después aparece la violencia detrás de las manifestaciones por causas
ambientales, desde AltoMaipo hasta Quinteros, pasando por varias otras. Fui
testigo presencial en Ventanas como aparte
de los legítimos protestantes, llegaron las brigadas perfectamente pertrechadas
y organizadas a librar su batalla campal propia con los Carabineros. Fue un juego muy en serio, y muy violento. Y no puede olvidarse la violencia en la
Araucanía, con la magnitud en que se ha expandido en alcance y poder de
fuego. Luego, especialmente desde 2011,
la violencia se extendió a las marchas estudiantiles, gremiales y de
intereses de grupos. ¿No se acuerdan
que los organizadores se defendían continuamente de que ellos no
provocaban los destrozos? Pero era obvio que amparaban y facilitaban la acción
de aquellos y el año de paralización de las ciudades todos los jueves les
entregó el jugoso dividendo de la estatización escolar (fin del lucro) y la gratuidad universitaria.
O
sea, hemos tenido ya por años sin coto y extendiéndose, seis ámbitos de
violencia en distintas áreas del quehacer público. Con formas y actores
distintos, pero violencia como modo de alcanzar ciertos objetivos de grupos de
interés. Y cada uno justificado o legitimado por altas autoridades, como
dirigentes sociales y parlamentarios especialmente, con alguna de las cuatro
máscaras con que se relativiza el uso de la violencia: que toda injusticia es
una forma de violencia, que la violencia está en la naturaleza humana (es
inevitable), que la historia social avanza sólo con luchas y fuerza (Marx) y
que la violencia es sólo cosa de unos pocos, así es que no hay que exagerar
(ver C. Peña, El Mercurio, 20-10-20).
¿Hay
alguna tendencia más que se observe en este crescendo de violencia? Diría que
dos: una, que ha ido afectando a un número mayor de la población nacional. A
diferencia del narco en algunas poblaciones o la Araucanía, que abarcan a
algunos cientos de miles y localidades no muy grandes, la de Octubre afectó a
casi todos los 20 millones de chilenos en muchas ciudades. La segunda tendencia clave, es que el último
año se probó usar la violencia callejera
para lograr objetivos netamente políticos; léase hacer renunciar al
Presidente en ejercicio. Si no fue así por quienes la ejercieron directamente en
el Metro y las calles, ciertamente lo fue por parte de los dirigentes y parlamentarios que pidieron
renuncias e hicieron acusaciones constitucionales.
En esta
perspectiva propongo observar y actuar en el periodo de año y medio de
elecciones que se inicia con este primer
plebiscito del 25-O y que culminará con la elección de Presidente en 14 meses más. Este
Plebiscito lo podemos hacer un punto de quiebre de la tendencia a una violencia
creciente. Puede verse como una gran oportunidad. Tan central como los hechos mismos, para el futuro son siempre o determinantes las interpretaciones que hacen las personas de
lo que ocurre. En nuestro caso, planteo que serán las interpretaciones que los dirigentes hagan
del resultado del plebiscito y de la
violencia. Veremos cuanto apoyo ciudadano irán teniendo los grupos que han
avalado o justificado la violencia en que hemos vivido. Si quienes la han
relativizado se sienten menos ganadores o menos empoderados, entonces habrá
esperanzas. Por otra parte estará la
confianza en quienes prometen cambios sociales de verdad; confianza en que
realmente los harán sin necesidad de más demostraciones violentas en las
calles. Así comienza a jugarse ahora el destino de Chile en los próximos veinte
años.
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