Carta Pública al Ministro de Educación
Santiago,
19 de junio de 2014
Muy estimado Nicolás,
Escribo
preocupado por el curso de la reforma educacional y con la esperanza que aún se
pueda corregir el rumbo considerando otras miradas a las soluciones propuestas
hasta ahora.
Por
eso comienzo por compartir mi experiencia en el sector educación, en el que
entré, como tú ahora, hace 15 años. También yo concluí entonces, como
economista preocupado de lo público, que no había mayor desafío profesional ni
mejor contribución al desarrollo de nuestro país que ayudar a mejorar su educación.
Y porque, como dijiste bien hace poco en una entrevista, quería “devolver a la
sociedad los privilegios que había tenido. Eso es lo que me mueve a mí en la vida.”
Entonces
el año 2000, así como tú empezabas a trabajar en el Gobierno de Lagos, yo me
transformaba en sostenedor (con fines de lucro, aclaro hoy) del Colegio Pedro
Apóstol de la Población San Gerónimo de Puente Alto. Invertí en el (con otros socios) para contribuir a mejorar la educación en
sectores pobres, generar rentabilidad a mis ahorros (en vez de hacerlo en
acciones de la Bolsa) y aprender del
funcionamiento del sistema escolar para proponer con más autoridad cómo
mejorarlo a nivel nacional. Esta vez decidí no aprender esta materia nueva estudiando
un doctorado en EEUU, como lo había
hecho para aprender más economía después de egresar de la Universidad. A esa
altura de la vida, 53 años, ya había aprendido que cambiar la economía, la política
y la sociedad era mucho más complicado que lo que habíamos creído a los 25.
Permíteme
enumerar lo principal que creo haber aprendido de educación estos 15 años.
Primero,
que la visión o entendimiento que tenemos los economistas, ingenieros, empresarios
y otros profesionales sobre cómo
funcionan las organizaciones educativas y cómo reaccionan los profesores difiere
mucho de cómo estos operan en la práctica. Nuestras visiones y supuestos
aprendidos en economía y aplicado en ese mundo disciplinario, no necesariamente
son correctos ni válidos en el mundo educativo. Cuando asumimos la
administración de la escuela que te mencioné, lo primero que hicimos para
mejorarla fue aplicar nuestros conocimientos de economía y administración.
Pusimos bonos ligados al desempeño de profesores y funcionarios, controles e incentivos aquí y allá, así como los últimos programas educativos
recomendados por los expertos del momento en el Ministerio y afuera. Creíamos
que con eso bastaría. La realidad fue que al cabo de cuatro años el progreso en
calidad o aprendizaje era casi nulo. Allí nos dimos cuenta que lo que más
importa es cómo y cuánto enseña el profesor dentro de su sala de clases.
Ese
fue mi segundo aprendizaje: que cuando
empezamos a cambiar las prácticas del profesor en la sala de clases, el
aprendizaje de los estudiantes se elevó sustancialmente. Así, por ejemplo, hoy el
porcentaje de nuestros egresados que entran a la educación superior llega al
66%.
Lo tercero que he aprendido, es que la
educación es un proceso mucho más complejo de lo que creemos los economistas,
cientistas políticos, sociólogos y otros. Demasiados de estos expertos opinan,
deciden y actúan en el sector (y ahora
propondrían leyes) sin jamás haber tenido la experiencia concreta de vivir cómo
funcionan por dentro las escuelas; es decir, viendo y sintiendo cómo pasa lo
que allí ocurre. Sin embargo teorizan desde sus centros de estudio a partir de “papers”
sobre modelos originados en países con
culturas y condiciones muy distintas a las nuestras. Y con eso creen saber qué habría
que cambiar para mejorar la calidad de la educación y reducir su segregación o
desigualdad. ¡Qué arrogancia!
Lo cuarto que he aprendido es el peso que
tienen los factores culturales, familiares, emocionales e históricos en el
mundo de los profesores que son los educadores propiamente tal. Ellos viven un mundo especial
y propio. Suelen ser hijos y nietos de profesores; tener costumbres y una
mirada muy propia, cargada de símbolos y experiencias vitales difíciles de comprender para nosotros.
Hablan otro idioma. Y no necesariamente ellos deben aprender el nuestro, sino
nosotros el de ellos y ellas. No sólo que no nos entiendan. Es que tampoco nos
creen. Y con buenos fundamentos por la historia de promesas incumplidas y de
ofertas postergadas que han tenido.
Personalmente
tuve que volver a la universidad a los 60 años para empezar a entenderlos
mejor. El peso de lo emocional lo habrás experimentado en carne propia cuando
has leído o escuchado cuánto se han sentido ofendidos muchos miles con tus
expresiones de “embaucar” apoderados.
Ahora sobre el fin del lucro, la
selección y el copago; creo que se debiera
haber empezado por mejorar la educación que entregan las escuelas y
liceos municipales, y con eso obligar a superarse a los particulares
subvencionados, nivelando hacia arriba. Aquellos famosos tres fines – lucro,
selección y copago - son estandartes de batallas ideológicas ajenas a la
educación misma. Representa la utilización de la educación como argumento en
batallas políticas. Esos slogans suenan muy potentes hoy. Pero son
transitorios. Ambos ya hemos pasado por “la tierra para el que la trabaja” y
varios otros por el estilo.
Así y todo, existiría hoy una mayoría ciudadana y un
compromiso de la Presidenta con esos tres objetivos, y especialmente con el fin del lucro. Comparto y acepto por
eso la necesidad de este Gobierno de alcanzarlos. Pero escojamos medios
adecuados; que no causen un daño
colateral superior al bien que pretenden alcanzar. Eso es lo que hace la
compra-venta forzada de colegios. Es matar moscas con un cañón.
Para
el fin del lucro habría varias medidas
mucho más efectivas y simples. Una podría ser que los sostenedores no puedan
tener una rentabilidad superior a cierta tasa máxima; algo análogo al modelo que se usa en servicios públicos como
el agua potable. Aprovechemos esos precedentes nacionales ya probados. Si los
sostenedores no ganan más que eso no
habrá más lucro. Y muy simple de hacer cumplir: el Ministerio descuenta de la
subvención si la rentabilidad superara esa cifra. Bajo esa condición nadie
podrá decir fundadamente que un inversionista ingresará ni se mantendrá en el
sector sin tener vocación por la
educación. Y el que tenga hoy un colegio en que esperaba ganar más, lo venderá
al precio que pueda a quien esté dispuesto a educar sin lucro. Tan simple como
eso.
Otra
medida podría ser poner un máximo al valor del arriendo que pueda pagarse por
la infraestructura de un colegio. Estas son normas en que también hay
precedentes, y que Impuestos Internos utiliza. Usémoslas ahora en educación,
reforzadas por la supervisión de la Superintendencia recién creada.
Además,
una reforma eficiente centrada en mejorar calidad, podría contemplar la
prohibición al sostenedor de
retirar utilidades de todos los
establecimientos escolares que no alcancen un desempeño mínimo establecido por
la Agencia de Calidad instituida por la Presidenta Bachelet en su anterior
Gobierno.
¿Qué
hacer, sin embargo, a estas alturas cuando se ha presentado un proyecto extremo que ha generado un debate
tan ácido, polarizante y poco enaltecedor o educativo? Me atrevo a sugerir algo con que podrías
inaugurar una nueva era en la formulación de políticas públicas en Chile: La
del diseño de políticas por evidencia experimental y no por criterios teóricos o
ideológicos. Lo que sugiero es usar más
el método seguido en la Reforma Procesal
Penal para modernizar la justicia, en
vez del método de los ingenieros y economistas en el Transantiago para mejorar
el transporte. La alusión que hizo la Presidenta de no repetir un Transantiago
en educación tenemos que tomarlo muy en serio. Las reformas impuestas de una
sola vez, sin ensayos parciales previos y gradualidad tienen un riesgo que ya
conocemos. Consideremos su intuición.
Lo
que propongo entonces, es que se prueben en terreno, en la práctica, la
eficacia de medidas como las del Proyecto de Ley en un número reducido de comunas
y regiones y por un tiempo predefinido de tres a cuatro años, mientras
simultáneamente se prueba en otras con medidas como la fijación de una
rentabilidad máxima a los sostenedores aquí sugerida. Terminado el período evaluar si se alcanzaron los fines buscados y
sus efectos o costos directos e indirectos colaterales. Según esa evaluación, corregir
y decidir qué tipo de reforma aplicar para terminar con el
lucro a nivel nacional.
Este método por evidencia experimental puede ser especialmente valioso para abordar
los demás temas complejos que vienen, como son la desmunicipalización y el
estatuto docente o régimen laboral de los profesores. Así, los medios más
adecuados dejarían de decidirse sólo en función de ideologías, o mayorías
políticas, para pasar a decidirse más por la experiencia práctica con ellos en
el terreno.
Es
dañino continuar introduciendo tanta polarización, politización e incertidumbre
en un sector tan sensible como la educación. Seamos más humildes y respetuosos
con los miles de profesores, directivos, auxiliares,
estudiantes y apoderados. Los primeros
están asustados temiendo perder sus puestos de trabajo. Los apoderados temen
que sus hijos e hijas no puedan seguir teniendo el tipo de colegios que anhelan
y los sostenedores temen perder el fruto de años de esfuerzo y su inversión. Con
más calma y apertura estaremos más cerca de alcanzar una mejor educación para
Chile.
Atte.,
Ernesto Tironi Barrios
Economista, Profesor
y Sostenedor Educacional
1 Comments:
Una excelente reflexión de alguien que verdaderamente conoce lo que es el mundo de la educación chilenay que habiendo pasado por la etapa de las consignas del tipo "la tierra para el que la trabaja" puede decirle amistosamente al idiota de Eyzaguirre que cambie de rumbo. Éste economista formado en los peores momentos de la escuela de Economía de la UCH y que al parecer fue de turista a Harvard, sigue o ha regresado, junto a la presidenta, a sus viejas consignas del tipo "la Universidad junto a la clase obrera por la revolución".
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