Transformándose en empresario: orígenes de esta experiencia personal
Capítulo I
¿De dónde vengo profesionalmente hablando?
Hasta los 48 años, en que presenté mi renuncia como alto funcionario del Gobierno de Chile en 1995, siempre había vivido solamente con un sueldo fijo que recibía al final del mes. Esa renuncia fue una decisión largamente meditada acerca de qué quería hacer el resto de mi vida. Cuando la tomé no tenía ningún empleo alternativo, pero había juntado ahorros para mantenerme unos 4 meses buscando trabajo.
¿Qué me llevó a esa decisión?
¿Qué he aprendido al hacer este cambio profesional de empleado a independiente, o
de economista a empresario?
¿A qué reflexiones me ha llevado esta transformación?
En este capítulo intentaré iniciar la respuesta a esas preguntas describiendo de dónde vengo. Lo hago no por destacar algo muy en especial, sino precisamente por lo contrario.
Tradición y raíces
Pertenezco a la generación de los 60 en que lo prestigioso era entrar a la universidad para conseguir después un trabajo en la Corfo o Endesa. De mis compañeros de colegio (uno particular de la elite de Santiago) no recuerdo ninguno que haya dicho que le gustaría ser empresario o dirigir empresas. Tampoco que estudiaran determinada carrera para eso. Tenía compañeros cuyos papás eran dueños o ejecutivos de empresas. Pero recuerdo poco o no entendía bien que hacían. Recuerdo a quienes tenían papás doctores, dentistas o ingenieros. No sé si esto será igual entre los escolares de hoy.
Crecí bajo la concepción de que como persona uno tiene el deber de devolverle a la sociedad lo que ésta le ha a uno al permitirle acceder a cierto nivel de bienestar y educación. Interesante concepción. Primero, un “deber con la sociedad”; no un derecho a exigir por el hecho de pertenecer a ella, como lo entienden los franceses generalmente. Segundo, sentía que la educación recibida era un privilegio. Y tercero, el donante de ese privilegio no eran mis padres específicamente, sino “la sociedad” como un todo. ¿Cómo concebirán estos temas los escolares y universitarios de hoy?
Esa concepción me llevó a estudiar economía en la Universidad Católica entre 1965 y 1969. Pero cuando tomé esa decisión, no anticipaba lo que venía. Resultó tiempo de plena ebullición social y política, nacional e internacional. Gobierno de la Revolución en Libertad, la Reforma Agraria, la Reforma Universitaria, la Toma de la Universidad Católica en agosto de 1967; la Chilenalización del cobre, Vietnam, París 1968. Finalmente, como si fuera poco para un quinquenio, es fue el tiempo en que se incubó la Unidad Popular.
En mis años universitarios se fue cristalizando en mi una búsqueda de excelencia y compromiso. Se fueron cumpliendo, sin saberlo entonces, ciertas expectativas que tenía. El gusto por el rigor matemático de la economía, que es un cuento bien armado, que supone o entiende al hombre como un ser racional actuando permanentemente con vistas a optimizar. No me convencía del todo la insistencia en la “objetividad” de la ciencia económica y el poder ineluctable del mercado. Me sentía con más rebeldía hacia el mercado que hacia la objetividad. Pero poco a poco fui seducido por la belleza de la lógica interna del pensamiento económico y por el reconocimiento que obtenía de profesores y compañeros por aprender tan rápido. Fui el mejor alumno de economía de mi promoción; un “capo” en la forma simple y vanidosa de juzgarnos en nuestros tiempos de estudiantes.
Tanto más importante fue el surgimiento en paralelo de la conciencia de que con el conocimiento que estaba adquiriendo se podía transformar radicalmente para mejor nuestra economía y sociedad. El subdesarrollo que prevalecía en Chile, el lento crecimiento y las desigualdades eran fundamentalmente fruto de “errores de políticas” en que incurrían las autoridades de la época por ser ignorantes de la ciencia económica moderna. Con mejores fijaciones de precios (que eran generalizadas en aquellos días), impuestos más racionales, un rol más científico o técnico del Estado, Chile podía ser en pocos años más un país desarrollado.
Dediqué los 10 años iniciales de mi vida profesional después de recibirme de la Universidad Católica (1969 a 1979) a estudiar, investigar, escribir y enseñar economía. Estaba convencido que aplicando las políticas “correctas” que yo proponía, Chile saldría del subdesarrollo. Mientras tanto, llegaba y se iba el Gobierno de la Unidad Popular con su voluntarismo exacerbado, arrasó con la economía bajo autoridades llenas de ignorancia y desdén por la ciencia económica. Llegó, y no se fue en este período, el Gobierno de Pinochet, con su brutalidad política y económica, y con la arrogancia de sus economistas.
Los 15 años siguientes, 1980 – 1995, concentré mi vida profesional en un ámbito en que la economía y la política se superponían o integraban. Mi propósito era encontrar las medidas, especialmente económicas, que no sólo fueran técnicamente eficaces sino políticamente aceptables para un Chile democrático.
No profundizo más en este tema, porque el propósito de este capítulo introductorio, no es intentar una biografía, sino explicar desde donde viene evolucionando mi pensamiento de hoy. Termino diciendo que los últimos 5 años de ese período recién tuve experiencia directa a ser funcionario de Gobierno: Gerente General de CORFO con el Presidente Aylwin y Embajador ante Naciones Unidas y la Organización Mundial de Comercio (OMC) en los de Aylwin y Frei.
Renuncié en abril de 1995 para intentar convertirme en un consultor independiente. No pensé en hacerme “empresario”. Todavía tenía resistencia a esa palabra, y hasta hoy me cuesta aceptar esa caracterización.
¿De dónde vengo profesionalmente hablando?
Hasta los 48 años, en que presenté mi renuncia como alto funcionario del Gobierno de Chile en 1995, siempre había vivido solamente con un sueldo fijo que recibía al final del mes. Esa renuncia fue una decisión largamente meditada acerca de qué quería hacer el resto de mi vida. Cuando la tomé no tenía ningún empleo alternativo, pero había juntado ahorros para mantenerme unos 4 meses buscando trabajo.
¿Qué me llevó a esa decisión?
¿Qué he aprendido al hacer este cambio profesional de empleado a independiente, o
de economista a empresario?
¿A qué reflexiones me ha llevado esta transformación?
En este capítulo intentaré iniciar la respuesta a esas preguntas describiendo de dónde vengo. Lo hago no por destacar algo muy en especial, sino precisamente por lo contrario.
Tradición y raíces
Pertenezco a la generación de los 60 en que lo prestigioso era entrar a la universidad para conseguir después un trabajo en la Corfo o Endesa. De mis compañeros de colegio (uno particular de la elite de Santiago) no recuerdo ninguno que haya dicho que le gustaría ser empresario o dirigir empresas. Tampoco que estudiaran determinada carrera para eso. Tenía compañeros cuyos papás eran dueños o ejecutivos de empresas. Pero recuerdo poco o no entendía bien que hacían. Recuerdo a quienes tenían papás doctores, dentistas o ingenieros. No sé si esto será igual entre los escolares de hoy.
Crecí bajo la concepción de que como persona uno tiene el deber de devolverle a la sociedad lo que ésta le ha a uno al permitirle acceder a cierto nivel de bienestar y educación. Interesante concepción. Primero, un “deber con la sociedad”; no un derecho a exigir por el hecho de pertenecer a ella, como lo entienden los franceses generalmente. Segundo, sentía que la educación recibida era un privilegio. Y tercero, el donante de ese privilegio no eran mis padres específicamente, sino “la sociedad” como un todo. ¿Cómo concebirán estos temas los escolares y universitarios de hoy?
Esa concepción me llevó a estudiar economía en la Universidad Católica entre 1965 y 1969. Pero cuando tomé esa decisión, no anticipaba lo que venía. Resultó tiempo de plena ebullición social y política, nacional e internacional. Gobierno de la Revolución en Libertad, la Reforma Agraria, la Reforma Universitaria, la Toma de la Universidad Católica en agosto de 1967; la Chilenalización del cobre, Vietnam, París 1968. Finalmente, como si fuera poco para un quinquenio, es fue el tiempo en que se incubó la Unidad Popular.
En mis años universitarios se fue cristalizando en mi una búsqueda de excelencia y compromiso. Se fueron cumpliendo, sin saberlo entonces, ciertas expectativas que tenía. El gusto por el rigor matemático de la economía, que es un cuento bien armado, que supone o entiende al hombre como un ser racional actuando permanentemente con vistas a optimizar. No me convencía del todo la insistencia en la “objetividad” de la ciencia económica y el poder ineluctable del mercado. Me sentía con más rebeldía hacia el mercado que hacia la objetividad. Pero poco a poco fui seducido por la belleza de la lógica interna del pensamiento económico y por el reconocimiento que obtenía de profesores y compañeros por aprender tan rápido. Fui el mejor alumno de economía de mi promoción; un “capo” en la forma simple y vanidosa de juzgarnos en nuestros tiempos de estudiantes.
Tanto más importante fue el surgimiento en paralelo de la conciencia de que con el conocimiento que estaba adquiriendo se podía transformar radicalmente para mejor nuestra economía y sociedad. El subdesarrollo que prevalecía en Chile, el lento crecimiento y las desigualdades eran fundamentalmente fruto de “errores de políticas” en que incurrían las autoridades de la época por ser ignorantes de la ciencia económica moderna. Con mejores fijaciones de precios (que eran generalizadas en aquellos días), impuestos más racionales, un rol más científico o técnico del Estado, Chile podía ser en pocos años más un país desarrollado.
Dediqué los 10 años iniciales de mi vida profesional después de recibirme de la Universidad Católica (1969 a 1979) a estudiar, investigar, escribir y enseñar economía. Estaba convencido que aplicando las políticas “correctas” que yo proponía, Chile saldría del subdesarrollo. Mientras tanto, llegaba y se iba el Gobierno de la Unidad Popular con su voluntarismo exacerbado, arrasó con la economía bajo autoridades llenas de ignorancia y desdén por la ciencia económica. Llegó, y no se fue en este período, el Gobierno de Pinochet, con su brutalidad política y económica, y con la arrogancia de sus economistas.
Los 15 años siguientes, 1980 – 1995, concentré mi vida profesional en un ámbito en que la economía y la política se superponían o integraban. Mi propósito era encontrar las medidas, especialmente económicas, que no sólo fueran técnicamente eficaces sino políticamente aceptables para un Chile democrático.
No profundizo más en este tema, porque el propósito de este capítulo introductorio, no es intentar una biografía, sino explicar desde donde viene evolucionando mi pensamiento de hoy. Termino diciendo que los últimos 5 años de ese período recién tuve experiencia directa a ser funcionario de Gobierno: Gerente General de CORFO con el Presidente Aylwin y Embajador ante Naciones Unidas y la Organización Mundial de Comercio (OMC) en los de Aylwin y Frei.
Renuncié en abril de 1995 para intentar convertirme en un consultor independiente. No pensé en hacerme “empresario”. Todavía tenía resistencia a esa palabra, y hasta hoy me cuesta aceptar esa caracterización.
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